Joludi Blog

Nov 26
De pie.
Marta me reprocha que escribo poco últimamente. Y en particular que no haya escrito algo ayer, que fue el día contra la violencia de género, algo tan de actualidad y tan importante. Me defiendo y excuso como puedo, alegando otras prioridades....

De pie.

Marta me reprocha que escribo poco últimamente. Y en particular que no haya escrito algo ayer, que fue el día contra la violencia de género, algo tan de actualidad y tan importante. Me defiendo y excuso como puedo, alegando otras prioridades. Y ella me dice que no hay cosas más importantes que esa. 

Me quedo pensando, en silencio, durante al menos medio minuto. Medito sobre su observación y su crítica. Ella me mira y sonríe. Y me doy cuenta de que tiene toda la razón. 

Pero es que tiene razón en un sentido muy profundo. Razón más allá de la pura lógica. Razón en un sentido antropológico. 

Le digo esto y ella se extraña. Se pone también en guardia, como siempre ocurre cuando sale de mi boca el dichoso adjetivo antropológico. Creo que se prepara para decirme hasta luego, a fin de ahorrarse una de mis habituales elucubraciones. Entonces le digo si tiene tan solo un par de minutos para responderme a una pregunta. Me los concede. ¿Y cuál es la pregunta? Pues, muy sencilla: la cuestión es saber cuál es el avance más importante que ha realizado la Humanidad a lo largo de su Historia. ¿El descubrimiento del fuego? ¿La rueda? ¿la electricidad? ¿el motor de explosíon? ¿la penicilina? ¿el whatsapp y el instagram? Marta se ríe y no sabe qué contestarme. 

Yo le digo que el avance más importante que jamás ha realizado el ser humano fue alzarse sobre sus dos piernas y caminar erecto. 

Marta se extraña.

Le digo que ese gesto primigenio, realizado por nuestros antepasados hace algunos millones de años, tuvo consecuencias inmensas. Produjo una cadena de resultados que han tenido una importancia infinitamente más relevante que cualquier otro avance de nuestra especie.

Al decidirnos a caminar erectos, nuestra pelvis se estrechó. Comenzamos a parir ventralmente, no dorsalmente. Nuestras crías empezaron a venir al mundo trabajosamente, por delante, llegando a la luz generalmente por la cabeza.

La madre humana, a diferencia de otros primates, ya no podía colaborar con sus manos al parto, tirando con sus propias manos las piernas del bebé, en la intimidad de algún rincón de la selva o la savana (tirar de la cabeza produce lesiones medulares).

Ahora, esta criatura de pelvis atrofiada, necesitaba ayuda para traer al niño al mundo. Esto convirtió el parto entre los humanos en un acto social y así quedó plantada la que quizá fue la primera semilla de la gran historia cooperativa de nuestra especie. 

A su vez, las crías humanas comenzaron a nacer anticipadamente, como único recurso para no hacer imposible el parto. El cerebro de nuestra especie, que ya era proporcionalmente grande, como en todos los primates, seguía creciendo, quizá como adaptación evolutiva a una organización social más avanzada que la de otros primates y desde luego sustancialmente superior a la de otros mamíferos. 

Una consecuencia de estos partos sistemáticamente prematuros fue la necesidad de las crías humanas de sustituir una insuficiente dotación instintiva por una extraordinaria capacidad para el aprendizaje, otro elemento clave en la historia del género humano. 

Adicionalmente, la anticipación del parto creó la necesidad de proteger durante años a las crías humanas, tan frágiles e incapaces de sobrevivir por sí mismas. Esto a su vez fue la clave para involucrar y comprometer al macho humano en la cría y protección de la progenie, lo que a su vez fue el punto de partida de la organización social familiar y tribal.

Es decir, nuestro antepasado decide dejar de caminar entre un árbol y otro como un cuadrúpedo y con ello desencadena un conjunto de transformaciones que son la clave para entender el fenómeno humano: el aprendizaje, la cultura, la organización social.

Pero lo esencial fue aquel gesto de ponerse en pie. A partir de ahí, todo lo demás, en nuestra odisea como especie, es más o menos secundario. Esta es la respuesta a la pregunta sobre cuál fue nuestro avance más decisivo: levantarnos.

Pero, como siempre, una respuesta, si es buena, debe promover una pregunta aún más fascinante. Y aquí, esa pregunta ulterior sería cuestionarnos por qué diablos aquel homínido decidió ponerse en pie.

No es un asunto claro. El misterio de nuestra posición erecta es algo que ya le parecía muy enigmático a Darwin, quien especulaba con la necesidad de utilizar herramientas con las manos. Pero la moderna paleontología ha descartado esta hipótesis más o menos lógica, pues las primeras herramientas de nuestros antepasados han demostrado ser muy posteriores (en millones de años) a la adopción de la postura erecta.

Tal vez la mejor explicación que existe por el momento, que incluso ha sido apoyada con simulaciones y métodos estadísticos ha sido esta, si se me permite decirlo de una forma simplificada: nuestro antepasado se puso en pie para llevar alimentos a su compañera.

Así de simple.Y así de fascinante. Necesitaba sus manos para llevar comida al lugar donde su compañera criaba trabajosamente a su hijo. Y tal vez también para utilizar utensilios defensivos, que le permitiesen proteger a esa pareja frente a los rivales y agresores.

Esa necesidad de alimentar y proteger a una madre y a unas crías indefensas, nacidas estas prematuramente, fue tal vez lo que obligó a la especie humana a considerar como opción por defecto la pareja estable entre un macho y una hembra, y la monogamia. Solo una unión estable de pareja y el establecimiento de lazos familares y sociales podía hacer posible obtener los 13 millones de calorías que eran precisos para llevar a un bebé hasta la madurez y asímismo, protegerle del riesgo de infanticidio, tan habitual entre los mamíferos superiores, y particularmente grande en el contexto de esa nueva especie humana cuyas crías eran tan dramáticamente indefensas.

A su vez, esta unión estable de pareja hizo surgir el fascinante fenómeno social del amor y el cariño, y, por añadidura, el celo oculto, tan característico de nuestra especie y que resulta clave para entender nuestra singular y permanente propensión hacia el sexo, que nos atrae per se, y no solo por razones reproductivas.

Por lo tanto, y para terminar, diciéndolo de una forma simplificada pero expresiva, lo más importante que ha hecho el ser humano en su Historia ha sido ponerse en pie.

Pero se ha puesto en pie por una razón muy sencilla que, si lo queremos decir de una manera lírica, podemos resumir en la palabra amor.

Somos lo que somos porque decidimos alzarnos, mirar hacia el horizonte y el cielo. Y amarnos. Suena muy bonito. Pero es que además, con mucha probabilidad, es verdad. Lo cual lo hace aún más bonito.

Por eso no hay nada más contrario a nuestra naturaleza humana, nada más irracional antropológicamente hablando que la violencia de género. Por eso nada nos debe repugnar más que esa violencia, que quizá es la madre de todas las violencias y todas las guerras, como atestigua la Antropología y la Historia.

Mira por dónde, le digo a Marta, ya hemos sacado tiempo para tratar el tema respecto a cuyo silencio se me reprochaba. 

Incluso a lo mejor, hasta hemos hecho alguna reflexión interesante. 

Creo que está de acuerdo, porque la veo marcharse con cierto aire pensativo. Caminando elegantemente sobre sus dos piernas, por supuesto. De pie.


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