Joludi Blog

Sep 29
Los espíritus que hemos invocado.
Por si no bastasen los pánicos que despierta la crisis económica, con esos diferenciales fuera de control, ahora surgen también los miedos respecto a la crisis física, con esos neutrinos huyendo por el subsuelo...

Los espíritus que hemos invocado.

Por si no bastasen los pánicos que despierta la crisis económica, con esos diferenciales fuera de control, ahora surgen también los miedos respecto a la crisis física, con esos neutrinos huyendo por el subsuelo europeo a velocidades imposibles. Hay quien sostiene que el ser humano, en todo ámbito, está empezando a ver cómo se rebelan las muchas fuerzas que insensatamente ha desatado. Y todo esto entonces sólo sería un aviso que deberíamos interpretar mas sabiamente de lo que estamos haciendo.

Pero no será así. Este juego temerario está en la esencia misma de la especie. No hay nada que detenga nuestra curiosidad por entender el mundo y nuestra pasión por manipularlo. Quizá es por eso por lo que el mito del aprendiz de brujo está tan arraigado en nuestro subconsciente colectivo. Hay pocos que lo superen en universalidad y atemporalidad. Cuando la Disney rehizo Fantasía, en el 2000, cambió todos los episodios musicales excepto, mira por dónde, la celebérrima versión en dibujos animados del tema del Aprendiz de Brujo de Paul Dukas. Algo les hizo ver a los productores de Disney que ese asustado Mickey Mouse, enfrentado a poderes incomprensibles-engendros del infierno- que ya no podía controlar, era un arquetipo intemporal capaz de impactar en lo más profundo del alma de los espectadores.

Por eso sin duda preservaron los de Disney esa interpretación visual del tema de Dukas, casi tal como fue concebida originalmente en 1940. 

Y ocurre que la obra musical de Dukas, L’Apprenti de Sorcier, está basada precisamente en un relato homónimo de Goethe escrito exactamente un siglo antes, en 1797, que es el guión punto por punto que siguieron los dibujantes de Disney (escobas animadas que recogen agua y se multiplican cuando el protagonista las rompe). Y a su vez, ocurre que el relato de Goethe está basado en un relato mucho más antiguo, de Luciano de Samosata, fechado dieciseis siglos antes, que también, como Disney y Goethe, nos habla de frases mágicas y de objetos animados que recogen agua (manos de mortero en este caso) que se rebelan contra quienes los pretenden poner a su servicio. Y podríamos seguir así. Podríamos remontarnos hasta encontrar ecos del mito, por ejemplo, en el Egipto ptolemaico, donde si nos lo proponemos, hallaremos papiros mágicos que explican como construir estatuillas mágicas y dotarlas de vida mediante apropiados conjuros. Lo que a su vez, también nos evoca el mito judío de ese frankenstein de arcilla llamado Golem que ya encontramos aludido nada menos que en los Salmos (139:16) y que su amo activa o desactiva mediante el uso del conjuro “emet” u otras palabras mágicas.

Así que la pasión del ser humano por entender y manipular la materia, a cualquier precio y riesgo, es imparable. Está en nuestro ADN. Quizá porque de algún modo, intuimos que nosotros no somos sino materia animada, unos golems que crean otros golems.

El problema eterno es entonces detener los poderes que invocamos. Porque usualmente conocemos los conjuros iniciales, los ábrete sésamo, pero no somos capaces de conocer o recordar los que los detienen, como le ocurre, con terribles consecuencias, al personaje de las 1001 Noches. Esa es la idea clave, el punto común de todas las alegorías del Aprendiz de Brujo, desde Luciano a Goethe pasando por Harum al Rashid. De hecho, en la balada de Goethe (publicada en un almanaque, como cuentecito moralista), la conclusión final es que no deberíamos empezar aquello que no supiésemos cómo acabar. Y una frase de esa balada de Goethe, “los espíritus a los que invoqué” (“Die ich rief die Geister”), se ha convertido entre los alemanes en una cita habitual para referirse al problema de no poder controlar fuerzas superiores imprudentemente desatadas, de no recordar el conjuro que vuelva a convertir a las escobas en objetos inofensivos. “Los espíritus a los que invoqué”…una frase a recordar, sin la menor duda.