Primera cita.
“Se habían conocido en uno de esos sitios de internet. Era la primera, la emocionante cita. Habían quedado al atardecer en el andén de una estación de tren.
Cuando él llego, ella ya estaba allí, al fondo, caminando lentamente. Oh, sí, era inconfundible, tan hermosa y estilizada como en las fotos que le pidió intercambiar hace ya tiempo. La visión le dejó paralizado. Se detuvo a unos metros de ella. Ella también se quedó inmovil al detectarlo. Se paró igualmente a solo dos pasos. Quizá sentía lo mismo.
El comprendió entonces que no podría seguir engañando a una mujer tan bella. Respondiendo a un impulso visceral, se llevó la mano a la cabeza y se arrancó de un golpe el hermoso peluquín rubio, mostrando una calva brillante y completa.
Ella se quedó observándolo, fijamente. Sin pestañear. Quizá sintió un impulso parecido porque de repente, sin dejar de mirarlo, se quitó unos enormes zapatos de tacón que redujeron súbitamente su ya corta estatura en 15 cms.
El se quitó la chaqueta con esas hombreras que le hacían tan atlético. Ella se quitó entonces las hermosas lentillas que convertían sus ojos marrones en azules.
Ambos se quedarón inmóviles. Mirándose tal como eran. Ni pelo rubio, ni ojos azules, ni aire atlético, ni figura espigada…
Entonces caminaron el uno hacia la otra y se unieron en un intenso, silencioso, interminable abrazo, mientras el tren de las 19:40 llegaba lentamente a la estación de cercanías…”
