Joludi Blog

Feb 7
Enigma.
Hemos disfrutado viendo la película sobre Turing. Nos ha gustado a todos, cosa rara. Pero a mí me ha dejado el cierto mal sabor de boca que siempre te queda cuando ves en cine algo que antes has leído en papel. Puede que The Imitation Game...

Enigma.

Hemos disfrutado viendo la película sobre Turing. Nos ha gustado a todos, cosa rara. Pero a mí me ha dejado el cierto mal sabor de boca que siempre te queda cuando ves en cine algo que antes has leído en papel. Puede que The Imitation Game (el título hace referencia al drama vital de Turing por intentar mostrarse como lo que no era realmente, imitando actitudes que no le eran propias) sea un film excelente, pero es que el libro en el que se basa es sencillamente genial. Es una obra escrita por Andrew Hodgson, quizá la única persona en el mundo capaz de entender la obra y la vida de Turing en su integridad. Porque Hodgson, además de ser un matemático de primera línea mundial (experto en twistores), es también un líder histórico del movimiento gay en Estados Unidos. Y por añadidura es un excelente escritor. Se trata de una rara convergencia de factores.
La película no es fiel al libro, como suele ocurrir. Convierte en una mera caricatura superficial la relación de Turing con Cristopher Morcom, su compañero de infancia, que fue profundísima y que duró incluso más allá de la prematura muerte de Morcom. También atribuye a Turing el mérito de concebir un ingenio mecánico como herramienta para decodificar el sistema nazi de encriptación, basado en las máquinas Enigma.
En realidad, ese mérito le corresponde inicialmente a los técnicos polacos que fabricaron la primera de esas máquinas, luego perfeccionada y producida en serie por Turing y el grupo de Bletchley, que respetó su denominación original, bombe, en francés, por el tic tac de los rotores. También se dicen en la película verdaderos disparates históricos, como el de atribuir a aquellos criptoanalistas la victoria aliada en Las Ardenas, siendo así que, como es bien sabido, en ese último desafío para demorar la gran derrota, el Führer exigió que las órdenes se entregasen personalmente, no a través del cifrado habitual en las Enigmas.
Y, sobre todo, la película apenas pasa por encima de lo que fue la verdadera genialidad de Turing, que con solo 24 años concibió, como puro experimento mental, una máquina capaz de demostrar no precisamente la capacidad de las máquinas para resolver problemas lógicos, sino más bien al contrario, la existencia de problemas lógicos que ninguna máquina podría jamás resolver. La esencia de su método, que explicitó en su famoso “paper” titulado “Computable Numbers”, era conceptualizar una máquina capaz de generar mecánicamente cualquier función de la lógica proposicional, definir luego un método de codificar aritméticamente todas esas funciones o “verdades lógicas” que la máquina podría generar, y demostrar finalmente, mediante un proceso de diagonalización como el que había concebido Gödel, una función totalmente imposible de haber sido creada o demostrada por la máquina.
La película en fin, tampoco hace justicia, y eso me molesta particularmente, a la deuda que los Aliados tuvieron con el ajedrez, que en el libro queda bien clara. No hace constar el film el hecho de que los principales cerebros de Bletchley eran matemáticos, desde luego, pero también ajedrecistas. Tal vez porque el gobierno británico pensó, y acertó al hacerlo, que la criptografía, la lógica y el noble juego tenían muchas cosas en común, empezando por la importancia de combinar la pura intuición estratégica y la imaginación creativa, con el puro cálculo y el rigor metodológico. En cierto modo, se puede decir que a Hitler lo vencieron un puñado de ajedrecistas.

El hecho es que no solo Turing era un extraordinario aficionado al juego rey (años más tarde crearía un sencillo algoritmo capaz de gestionar una partida real, aunque con un nivel ínfimo). Junto a Turing, en Bletchley trabajaban verdaderos maestros que por cierto estaban jugando juntos en la Olimpiada de Buenos Aires cuando estalló la guerra. Me refiero a Milner-Barry, Harry Golombek y sobre todo a Hugh Alexander, quien hubiera podido llegar a primera línea mundial de no haber sido por las limitaciones que el gobierno británico le puso para participar en eventos internacionales, durante los años de la Guerra Fría (temían la fuga de un cerebro tan valioso).

A Alexander le debemos una bella y conocida maniobra ganadora sobre el tablero. Tanto más bella como atípica. Es a mi juicio una de las jugadas más sorprendentes que ha dado el ajedrez combinativo. Invito al lector a que descubra el movimiento que da la victoria inmediata a las blancas, conducidas por Alexander, tras solo 12 jugadas de una India de Dama, Variante Rubinstein. Es difícil. Pero no tan difícil como lo fue desencriptar Enigma y vencer a los nazis.


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