Joludi Blog

Mayo 9
Ruiseñor.
Mientras caminamos por los alrededores de nuestro pueblecito, a eso de las dos o las tres de la madrugada, oímos, no muy lejos, el canto de un ruiseñor, ese pájaro que parece ser el único que se hace oir cuando la noche ha entrado. Me lo...

Ruiseñor.

Mientras caminamos por los alrededores de nuestro pueblecito, a eso de las dos o las tres de la madrugada, oímos, no muy lejos, el canto de un ruiseñor, ese pájaro que parece ser el único que se hace oir cuando la noche ha entrado. Me lo hace notar una buena amiga que es muy sabia en aves y en vuelos. Ella me cuenta que en Inglaterra, donde los ruiseñores son escasos, hay gente que paga para hacer excursiones nocturnas tan solo para deleitarse con los trinos de estos alados heraldos de la primavera. Criaturas cuyo nombre evoca en todos los idiomas esa fascinante facultad de cantar en medio de la oscuridad (nightingale, nachtingale…incluso tiene el mismo sentido nuestra palabra ruiseñor, que deriva rocambolescamente de lusciniolus, es decir, pequeño lux-cinio, el que canta la luz, la luz tal vez perdida.)

A mí no me hace falta viajar a ningún sitio para escuchar al ruiseñor, ese amante ancestral de la rosa. Tengo la dicha de poder escucharlo cada noche, desde principios de Mayo, escondido en alguno de los maravillosos fresnos de la dehesa, que ahora están tan prodigiosos, tan exuberantes de hojas, tan verdaderas murallas de verdor, que hacen justicia a su etimología (fraxinus, del griego frassein, circundar, separar, cerrar…).

Pepa me contó también, de paso, un bello mito que viene de Persia, ese país donde el bolbol/ruiseñor es un símbolo nacional (y el ruiseñor y la rosa, es decir, gol o bolbol, la más bella aportación del folklore iraní a la literatura popular universal). Según este mito, Dios, tras crear el mundo, pretende descansar, pero en ese momento se da cuenta de que ha olvidado la tarea de dar color a los pájaros, seres cuyas plumas, de tonalidad apagada y polvorienta, no le han quedo nada bien. Así que el Creador convoca en el cielo a todas las aves, y puestas estas en fila, van pidiendo cada una al creador sus respectivos colores. Pero, claro, el pequeño y tímido ruiseñor se queda el último. “Yo me conformo con cualquier color”, dice en voz muy bajita. Ahora bien, la pintura de colores se ha terminado. Solo queda un gotita de oro. Una gotita nada mas. Entonces Dios decide poner esa gotita de oro en el pico del ruiseñor y le dice: “no tendrás un color hermoso, pero tu pico será de oro, y tu canto valdrá por todos los colores del arco iris”.

Así que esta debe ser la razón por la que el ruiseñor canta tan bien y canta en las noches de Primavera, cuando está agazapado en las copas frondosas de los árboles. Sí,  tal vez sea la tristeza por no tener colores lo que origina esa melancolía que tantos han querido ver en su canto y que ha hecho del ruiseñor el referente sombrío de incontables poemas y poetas. “Invan sonò la valle/ del flebile usignol”, escribe Leopardi. Góngora sospecha que, hay tanta variedad en sus trinos, que en cada ruiseñor hay otros cien mil dentro de su pecho que alternan su dolor por su garganta…y Petrarca nos evoca el ruiseñor que en la oscuridad se lamenta y pena: e ‘l rosignuol che dolcemente, all’ombra/ tutte le notti si lamenta e piagni…).

Esta idea del canto del ruiseñor como canto de carencia ya está presente en la Odisea por ejemplo, donde nos encontramos un hermoso paralelismo entre la melancolía de Penélope, que cose y cose añorando a su esposo y la melancolía del ruiseñor que canta y canta, trasunto de Philomela, el personaje mítico que añora a su hijo muerto y al que los dioses han convertido, para aliviar su dolor, en ave. Este tema de la añoranza echó poderosas raíces en la literatura europea, desde Virgilio a Holderling o Lorca. Incluso Goethe lo evoca, aunque matiza sabiamente que solo para el cautivo o afligido suena el canto del ruiseñor a quejas o lamentos… Sea como sea, en cierto modo, todo poeta ha tenido siempre la tentación de identificarse con este testigo melancólico del alba, esta criatura que canta y canta, cada vez más fuerte, pero desde lo oscuro, desde las tinieblas…

A mí no me parece nada triste el canto del ruiseñor. Y en todo caso será una tristeza creadora. Una tristeza profunda, una tristeza de siglos y noches, desde luego, pero una tristeza que acaba siendo redimida por la creación, como explica Nietzsche: “…No somos ranas pensantes…hemos de parir continuamente nuestros pensamientos desde el fondo de nuestros dolores, y proporcionarles maternalmente todo lo que hay en nuestra sangre, corazón, deseo, pasión, tormento, conciencia, destino, fatalidad…Para nosotros vivir significa estar constantemente convirtiendo en luz y llama todo lo que somos…”

Eso es. El ruiseñor no canta en la noche. Porque tan pronto comienza a cantar, en cierto modo, la noche deja de ser noche.Y se hace de día en el corazón.


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