Joludi Blog

Mayo 17
Sincronía.
Por fin he comenzado a ver algunos de esos nuevos relojes de Apple. Los he visto anteayer, en las muñecas de los solemnes y trajeados (aún) ejecutivos, que viajaban sentados ante mí en el tren que va de Gatwick a Victoria. Contemplando en...

Sincronía.

Por fin he comenzado a ver algunos de esos nuevos relojes de Apple. Los he visto anteayer, en las muñecas de los solemnes y trajeados (aún) ejecutivos, que viajaban sentados ante mí en el tren que va de Gatwick a Victoria. Contemplando en silencio a estos tipos humanos y meditando sobre ellos, creo he comprendido por fin el sentido del flamante gadget que orgullosamente exhiben.
Hasta ahora yo no entendía qué es lo que podría aportar un smartwatch que no aportase ya un smartphone. Pero era tan obvio que quizá por ello se escapaba a mi comprensión.
Estos relojes han venido para completar el despojo de nuestro tiempo. Así de simple.
Los teléfonos móviles han conseguido hasta ahora despojarnos, casi por completo, de nuestro espacio propio, de nuestra intimidad territorial. Han traído el espacio laboral hasta nuestra casa, hasta nuestro dormitorio incluso.
Pero aún nos quedaba nuestro tiempo y cierta (limitada) capacidad para administrarlo. Con los smartwatches, también cedemos en esa dimensión; con su llegada, surgirán toda clase de apps destinadas a medir cuánto tardamos en esto o en aquello, cómo optimizamos la duración de tal o cual tarea, cómo, en fin, hacemos de nuestras horas cotidianas algo mucho más productivo, mucho más competitivo, mucho más correcto, mucho más sano, mucho más social, mucho más útil para el sistema, en suma…
Jaques Le Goff explicaba que la modernidad comenzó cuando el reloj de la plaza sustituyó al campanario. Fue algo revolucionario, que ocurrió allá por finales del siglo XIII. La vida económica gremial que surgía en los nuevos burgos europeos requería de un control mucho más preciso del tiempo laboral. El toque de campana, que implicaba tan solo el respeto a los ritmos y horarios del sol, ya no servía. Era necesario acotar con mucha mayor exactitud las muchas horas y minutos del nuevo modelo productivo gremial. Fue así como nació el homo faber moderno. Se inició entonces, con aquellos relojes urbanos que emergieron casi al mismo tiempo que las grandes catedrales góticas, una trayectoria de servilismo horario que llega ahora al paroxismo con estos nuevos relojes “inteligentes”.
Estamos entonces ante la fase final de la “movilización general”, por utilizar una feliz expresión de Maurizio Ferraris. Quizá nos están enrolando a todos, a golpe de gadgets y redes sociales, en una guerra cuyo fin último desconocemos. El reloj inteligente, junto con el smartphone, va a triunfar, sin ayuda de fuerza política o militar, allí donde Goebbels fracasó. Se diría que el smartwatch ha llegado  para hacernos marcar a todos, social y metafóricamente hablando, el paso de la oca. Con absoluta sincronía.


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