Joludi Blog

Jun 6
Polvo, coches, calor, garrotillos y comedias.
Paso unos días en Barcelona y leo sus periódicos. Hablan mucho del niño con difteria. Por ahora. Supongo que hasta que el fin de semana traiga el fútbol a primer plano, claro.
El inesperado caso de...

Polvo, coches, calor, garrotillos y comedias.

Paso unos días en Barcelona y leo sus periódicos. Hablan mucho del niño con difteria. Por ahora. Supongo que hasta que el fin de semana traiga el fútbol a primer plano, claro. 

El inesperado caso de difteria es doblemente alarmante. Primero por la extraña temeridad de los padres, que desconfiaban de las vacunas. Después por la necesidad de ir a buscar el medicamento hasta la lejana Rusia. Hay entonces como una doble corrupción en esta historia. Pero eso es también lo que significa, etimológicamente difteria, que es término técnico de curtidores y peleteros. Significa difteria, en griego, pudrir dos veces la piel, ponerla dos veces en agua: di-fzeira-dos veces remojada. Era esa la doble podredumbre que formaba parte del proceso de preparación de algún tipo de cuero y del pergamino, materiales a los que evocan las atroces membranas generadas por la dolencia, en el paladar del enfermo.

El Talmud consideraba a esa difteria que paraliza la respiración, la temible askara o sakhar, (el bloqueola parada), como la peor forma de morir entre las 903 maneras conocidas. Porque la pasión judía por los números había determinado que ese era el número exacto de maneras para expirar. Ese era el resultado de interpretar, de acuerdo con las estrictas reglas de la gematría, la palabra hebrea “totsaot” es decir, salidas, vías (de la muerte). Recordemos que en hebreo, como en griego, los caracteres de las letras y los de las cifras coinciden. Entonces, convirtiendo a números los valores de las letras del hebreo “totsaot”, sale siempre 903, por lo que no hay la menor duda…Y de las 903 formas de salir de este mundo, la peor era la difteria, que asfixiaba a los niños en medio de una terrible agonía.

Toda la comunidad judía se echaba a temblar cuando se rumoreaba que llegaba de nuevo a Israel, abriendo durante la noche las anchurosas avenidas de la Muerte, ese Angel Estrangulador/Exterminador, la terrible úlcera siríaca, como la denomina el Tetrabilión. Y a la primera víctima infantil, era preceptivo tocar bien fuerte las trompetas para poner en alerta a toda la comunidad sobre la epidemia de difteria. En otras formas de peste se esperaba hasta el tercer caso. Pero con la askara, había que hacer sonar las trompetas a la primera. Y los sacerdotes del Templo ayunaban además cada miércoles para propiciar que el temido ángel se mantuviese lejos de Jerusalem. O se marchase de una vez.

Los españoles sabemos de difteria. Un célebre médico español, el enigmático Villalobos, judío y nigromante, médico de cámara de Fernando el Católico y del emperador Carlos, fue el primero en describirla con precisión rigurosa, si no científica, allá por comienzos del XVI. Era un mal muy frecuente en estos pagos y se lo conocía como el garrotillo, siniestra y eufemística metáfora de ese método tan castizo y tan nuestro de ejecutar a los condenados a muerte estrujando sin piedad el gaznate del penado. El garrotillo de los niños era parte de la cotidianeidad de las grandes ciudades. “Mal garrotillo te dé”, era una forma habitual de maldecir al prójimo indeseado. Dicterio rabioso que incluso encontramos en textos de Lope, a quien ese “Herodes”, como él llamaba a la difteria, se le había llevado a algún hijo que otro. Y en una carta del mismo Lope al Duque de Sessa, nuestro fenix de los ingenios reporta cómo está la villa y corte al comienzo del sofocante mes de julio de 1611: 

“Madrid se está como vuesa excelencia le dejó: prado, coches, mujeres, calor, polvo, garrotillos, comedias…”

O sea, como ahora.


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