“Es bien sabido que Sizen, la hija de la famosa reina Raisa de Sri Lanka, enloqueció y murió de amor. La causa fue un joven llamado Asur. Sizen conoció a Asur en uno de los viajes de la Reina y desde el primer momento comprendió que nunca podría amar a otro hombre. Pero, ay, se trataba de un amor imposible, porque Asur era un sacerdote del templo de la diosa Kandra y no podía transgredir sus votos ni aunque la mismísima Reina de Sri Lanka lo solicitase para su hija. Los sentimientos de Asur eran recíprocos y amaba apasionadamente a Sizen, pero sabía bien que una barrera insalvable les separaría siempre. Sizen, encerrada en el palacio, enfermó de amor, impotencia y nostalgia. Su estado empeoró día tras día. Nada consiguió aliviarla. Y finalmente murió. Meses más tarde, tras la triste desaparición de Sizen, la reina quiso comprender el misterio de la muerte de su hija. Y ordenó que trajesen al sacerdote Asur a su presencia. Cuando la reina vio a aquel joven sacerdote sumido también en una profunda tristeza se quedó un tanto extrañada. No veía en Asur nada especial. Y mucho menos nada que hubiese hecho enloquecer de amor a su hija. Raisa miró silenciosamente a Asur. Lo miró en silencio durante largos minutos, incluso durante horas. Se levantó de su trono, miró a la ventana, volvió a examinar a Asur de arriba a abajo, siempre sin mediar palabra…Finalmente dijo: –Asur, verdaderamente no soy capaz de ver lo que Sizen vio en tí. –Majestad, tal vez sea porque vos no me miráis con los ojos con los que me miraba Sizen.”