Joludi Blog

Ene 17
Akbar
Uno de los tristes subproductos de las sangrientas acciones del Dais es que ya hablamos continuamente del “mundo islámico", in genere, o de “civilización islámica”, o de “los integrantes de la cultura islámica”…Así, como categoría que damos por...

Akbar

Uno de los tristes subproductos de las sangrientas acciones del Dais es que ya hablamos continuamente del “mundo islámico", in genere, o de “civilización islámica”, o de “los integrantes de la cultura islámica”…Así, como categoría que damos por descontado y que no exige ulterior definición o precisión. Como si un habitante de Egipto, por ejemplo, no fuese otra cosa sino “un miembro del Islam”. Sin más matices. Obviando que pueda ser un rico, o un pobre, o un necio, o un sabio, o un médico, o un fresador, un coleccionista de dedales, un experto en resolver crucigramas o un aficionado al voleybol. Es lo mismo que ocurre con esa tontería del choque de civilizaciones, aquel invento de Huntington que reverdece una y otra vez. Hablar de “mundo islámico”, sin más, es encajonar al hombre en un cliché unidimensional. Falso, por añadidura. Como todo lo unidimensional.
A Amartya Sen le indignaba de forma especial está manía de aplicar corsés mentales mediante la referencia mecánica a las presuntas “Civilizaciones”. Le molestaba que se hablase de la India y los indios como “Civilización hindú”, como si en el subcontinente indostánico no existiese una infinita variedad de culturas, religiones y formas de ser y de pensar. Recordaba, al respecto, que en esa mal llamada “Civilización Hindú” hay casi más musulmanes que en ningún otro país del mundo, y que el carácter secular ha sido un rasgo fundacional de la India que ha enorgullecido a sus ciudadanos, con razón, a lo largo de los siglos, y cuyo exponente político nos llevaría a los dos grandes emperadores de la Historia India, el budista Ashoka y el musulmán Akbar.
Respecto a Akbar, Amartya Sen aprovecha para recordarnos que algunos datos de su reinado sirven para poner en perspectiva el afán reduccionista huntingtoniano. Un afán que, en última instancia, se diría que no es sino una expresión más del clásico y sempiterno etnocentrismo de Occidente. En torno a 1600 d.c, cuando el musulmán Akbar legislaba en la India a favor de la tolerancia, estableciendo que “a nadie se le debe incomodar por motivos de religión y que toda persona debe tener la posibilidad de convertirse a la religión de su elección”, en Europa andábamos llevando a la hoguera a Giordano Bruno. Y, mientras Bruno se chamuscaba en Campo dei Fiori, Akbar organizaba simposios ecuménicos en Agra, a los que acudían no solo ponentes hindúes y musulmanes de diferentes escuelas, sino también parsis, judíos, jainas e incluso los seguidores de “Charvaka”, una de las escuelas de pensamiento ateo que había florecido en a India desde hacía muchos siglos. Es difícil reconciliar estas realidades, nos dice Sen, con la visión minimizante de Huntington y su bonita clasificación del mundo en unas cuantas “Civilizaciones” condenadas fatalmente, claro, a chocar unas con otras.


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