Joludi Blog

Ene 18
Arniches y el mucho guiñar el ojo izquierdo.
A la vuelta del Julián Romea, preparo para toda mi familia murciana una enorme cantidad de mi plato favorito, a saber, tagliolini di sepia all’uovo con ajo de la huerta, guindillas recién traídas de La...

Arniches y el mucho guiñar el ojo izquierdo.

A la vuelta del Julián Romea, preparo para toda mi familia murciana una enorme cantidad de mi plato favorito, a saber, tagliolini di sepia all’uovo con ajo de la huerta, guindillas recién traídas de La Palma y el mejor aceite de oliva que he podido encontrar. Es una sublime síntesis de los encantos de la pasta nera y la pasta a la arrabiata. Me sale perfecto.
Tras el humilde festín, hablamos de Arniches y la obra que hemos visto. Comento lo muy comprometido que fue este autor con los problemas sociales de su tiempo. Era tan humanista como humorista. Escribió “Los Caciques” seguramente con la memoria de la secular corrupción municipal y las injusticias que había visto en su infancia, en su Alicante natal. También escribió un delicioso cuento, el Peque Rata, para ridiculizar el determinismo Lombrosiano, tan de moda en su época, y al mismo tiempo denunciar el abandono de la infancia en el Madrid de primeros del siglo XX. Al citar este cuentecito antilombrosiano, Mercedes me comenta que hoy en día, con el boom de la neuroimagen, se está volviendo a vivir una especie de lombrosianismo, pero ahora elevado a la enésima potencia tecnológica. Tiene razón. Tal vez hay un evidente exceso en este afán por buscar correlaciones entre la actividad mental y los mapas electromagnéticos que van dibujando en el cerebro los nuevos ingenios de resonancia y tomografía. Habría que ir con más cuidado, me parece.
Pero es que la búsqueda de claves externas y visibles para entender lo que ocurre en los abismos del alma es una constante en la Historia del Hombre. Se remonta mucho más atrás de Lombroso y Arniches, por supuesto. Un ejemplo no muy conocido estaría en los cuentos medievales de Calila y Dimma, que como es sabido son nada menos que una versión (a través de autores árabes y traductores del Toledo de Alfonso X) del Panchatantra hindú, espejo de príncipes. Es decir, estamos ante el verdadero manual de sabiduría que ha ido inspirando a media Humanidad desde el siglo IV de nuestra era.
En un pasaje de esta obra fascinante, un cocinero explica que la maldad de un hombre es algo que puede deducirse mirando los rasgos de su cara. Le preguntan a este cocinero que cuáles pueden ser esas señales y, en puro estilo Arniches/Lombroso, el cocinero explica, en referencia a un pobre hombre que está allí presente lo siguiente (adaptado por mí al castellano moderno): “ parad mientes en lo que os diré, porque los sabios no dejaron ninguna señal de los buenos y malos sin analizar, y las señales de la falsedad son manifiestas en este mal andante, además de la mala fama que tiene (…) Fulán dijo en los libros de los sabios que el que tiene el ojo izquierdo pequeño y lo guiña mucho, y tiene la nariz torcida hacia la derecha, y tiene las cejas gruesas y entre las cejas tres pelos, y cuando anda va siempre cabizbajo y mirando mucho para atrás y agita mucho el cuerpo, ese hombre tiene señales que indican que es cizañero, liante, falso y traidor. Y todas estas señales se pueden detectar en este miserable”
Así que la manía de atribuir carácter del alma a rasgos materiales visibles, es una constante en la forma de pensar de los hombres. La detectamos mucho antes que la tomografía axial computerizada, la craneometría lombrosiana o la frenología de Gall.
Afortunadamente, el sabio escepticismo y el buen criterio, también se encuentran a lo largo de los tiempos. Y la inteligencia siempre ha sabido poner en cuestión estos intentos deterministas.
En el caso de los cuentos de Calila y Dimma, la refutación de este determinismo, a cargo precisamente de Dimma, es maravillosa: “El hombre tiende a juzgar unas cosas por otras, pero solo el juicio de Dios es derecho y sin desviación…si todos los males que el hombre hace no son sino por las señales que están en él, entonces es manifiesto que el hombre religioso no tendrá premio por sus acciones, ni tampoco tendrá castigo el hombre que haga mal, y que nadie tendrá fortuna ni virtud si no es por las señales que vemos en ellos, y que el que hace mal no podrá dejar de hacerlo, y que nadie conseguirá ser virtuoso, por mucho que pugne en hacer el bien, y ningún malhechor, por más que peque, recibirá daño”
Una pieza magistral de sentido común, esta respuesta de Dimma al cocinero determinista del cuentecito cautelar. Y está escrita en el siglo IV, como he dicho.
Ahora bien, pensándolo mejor, eso de que el que guiña mucho el ojo izquierdo es cizañero, falso y traidor…¿tendrá algún fundamento, después de todo?. El caso es que me viene a la mente un personaje público muy conocido que tiene un notorio tic. Es un tic que precisamente le hace guiñar con frecuencia el ojo izquierdo. No se, no se. Voy a meditar sobre esto…Y a releer los cuentos de Calila y Dimma, que siempre es conveniente.


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