Joludi Blog

Ene 26
Contemplar, considerar y verlas venir.
“No contemplamos apoyar el gobierno si no entramos en él”, “sí contemplamos aquello”, “solo contemplaremos esto otro”…
Es curioso lo mucho que se usa y abusa del verbo contemplar en el habla gris y espesa de los...

Contemplar, considerar y verlas venir.

No contemplamos apoyar el gobierno si no entramos en él”, “sí contemplamos aquello”, “solo contemplaremos esto otro”

Es curioso lo mucho que se usa y abusa del verbo contemplar en el habla gris y espesa de los políticos. ¿Será acaso por la tendencia de los que mandan o quieren mandar a andarse con contemplaciones ante cualquier problema peliagudo? ¿Será porque en los sillones (hoy tan disputados) ven ellos el instrumento idóneo para dedicarse a la vida contemplativa?

Creo que no es nada de eso. El verbo contemplar está muy bien utilizado por los políticos en casi todos los casos en los que lo usan. Porque contemplar significa en esencia mirar hacia otro lado (hacia arriba, concretamente), sin comprometerse en nada por el momento. Significa “verlas venir”, y eso es casi la definición dogmática de la política, esa enfermedad mental en palabras de Beppe Grillo.

Contemplar, etimológica y políticamente hablando, es casi lo mismo que considerar. O sea, es nadar, y guardar la ropa.

Contemplar, al igual que considerar, es una de las muchas palabras que tienen un origen astrológico o, si se quiere, religioso.

Considerar es, etimológicamente, mirar las estrellas, el espacio sideral.
Contemplar, etimológicamente, es algo muy parecido, pues es mirar un fragmento determinado del cielo, escudriñar una parte acotada del espacio para “verlas venir”.

Contemplar nos lleva a a “templum”, que era un vocablo técnico de los augures romanos. Originalmente, para vaticinar a partir del vuelo de las aves, los augures delimitaban primeramente un espacio cuadrangular en el cielo. A ese espacio le llamaban templum, a partir de una raíz griega, témenos, que a su vez se deriva del proto indoeuropeo “tem”, cortar, que nos ha dado miles de palabras familiares, desde “dicotomía”, hasta “entomología” (porque los insectos tienen los cuerpos articulados, como cortados, “seccionados”, in-sectum”), pasando por tomografía, átomo, lobotomía o qué se yo cuántos cientos de palabras más.
Era ese espacio cortado y acotado, o templum, el que reservaban y vigilaban los vates romanos para ver si las aves entraban por aquí o por allá, lo que implicaba según los casos fortuna o desgracia. Mas adelante, se comenzó a pensar que la parte del suelo situada justo debajo del espacio delimitado por el augur, debía ser también sagrada. Así que se talaba el bosque en parcelas cuadrangulares que se suponía representaban en el suelo ese mismo espacio sagrado que el augur observaba mirando hacia arriba. Fue así como nació el concepto de “templum”. Con el tiempo, como es lógico, se comenzaron a construir edificaciones o aedes para uso religioso en esos “templum”. Y aunque en propiedad una cosa es el “aedes” (construcción) y otra el “templum” (parcela), se acabó llamando templum a lo que nosotros entendemos por templo. Simple y obvia metonimia.

En fin, que para los antiguos, “contemplar” era en esencia mirar al cielo con intención de descubrir los designios de los dioses. Luego, evidentemente, la palabra evolucionó en el sentido de indicar cualquier idea de reflexión más bien pasiva, si bien profunda. San Jerónimo, por ejemplo, usa el verbo “contemplare” para traducir un versículo del Eclesiastes en la Septuaginta, en el que el redactor expresa la idea de aplicar el corazón a conocer la sabiduría y adquirir conocimiento (καὶ ἔδωκα καρδίαν μου τοῦ γνῶναι σοφίαν καὶ γνῶσιν). Y a partir de aquí es como va surgiendo, como es lógico, la noción de la vida contemplativa, es decir, la vida dedicada a la simple e intensa contemplación de la verdad o bondad de Dios y de su reflejo íntimo en el que la contempla, es decir, sentir la scintilla animae, la chispa divina en el propio alma. Signifique esto lo que signifique.

Pero, ya digo, en origen, contemplar, esa palabra tan usada en el insoportable vaniloquio de nuestros prebostes y prebostillos, significaba estrictamente, “verlas venir”. 

¿No es fascinante la sabiduría que uno puede encontrar en la etimología, esa misteriosa arqueología del aire?


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