Joludi Blog

Feb 10
Pu.
Como Marta tiene una amiga que se llama Candela, me pregunta qué significado tiene la fiesta tradicional que acabamos de pasar, y que se denomina precisamente Candelaria.
En esencia, la Candelaria, la fiesta que abre Febrero, es una fiesta de...

Pu.

Como Marta tiene una amiga que se llama Candela, me pregunta qué significado tiene la fiesta tradicional que acabamos de pasar, y que se denomina precisamente Candelaria.
En esencia, la Candelaria, la fiesta que abre Febrero, es una fiesta de purificación. Y esto es coherente incluso con el significado etimológico de Febrero, que viene del verbo februare, expíar, purificar…

En la antigüedad romana, antes de Numa Pompilio, lo que ahora es Febrero era el tiempo previo al comienzo del nuevo año (que empezaba el primero de Marzo). Así que tenía sentido realizar ritos purificatorios justo antes de comenzar un nuevo período anual. Y para purificar, nada mejor que el fuego.  Por eso en estas fechas del año, aquellos romanos celebraban sus fiestas Lupercales, en las que el gran maestro de ceremonias era el “flamen dialis”, el guardián de la flameante llama sagrada. Por eso las celebraciones tradicionales de estas fechas, como San Anton, Santa Agueda, Candelaria y San Blas, son fiestas todas vinculadas al fuego purificador. Estas fiestas ígnicas católicas (o puramente tradicionales como el Entierro de la Sardina y sus hogueras, que hoy se celebra) se han solapado, por razones prácticas y como en tantos otros casos, con festividades ancestrales paganas. Y además, en el caso de la Candelaria se ha añadido a la festividad un elemento bíblico, también vinculado con la purificación. 

En Israel, una mujer se consideraba impura tanto por la menstruación como por el parto. Y en el caso del parto, la pureza solo se recuperaba 40 días después de haber parido. Por eso, la preceptiva presentación en el Templo de todo recién nacido, solo podía realizarse transcurrido ese plazo de 40 días. Ahora bien, si la fiesta católica del nacimiento de Jesús es el 24 de Diciembre, entonces es justo el 2 de Febrero cuando se ha cumplido el reglamentario plazo purificador de los 40 días. La Candelaria es por tanto la fiesta que sanciona la purificación de la madre tras el parto.

Marta se indigna, con razón, ante esta idea de la impureza de la mujer que menstrua o pare. Sin embargo, así eran las cosas en la Antigüedad, y no solo en el ámbito judío. El lenguaje nos enseña, de un modo fascinante, que en casi todas las culturas se daba la asociación entre la impureza y el sexo femenino. Le pido a Marta que me deje contarle algo al respecto. Solo serán cinco minutos. Acepta a regañadientes. Le espera un partido de rugbi, me dice.

Existe una teoría llamada la monogénesis lingüistica. Consiste en pensar que, de forma paralela a la monogénesis genética de los humanos (es decir, que todos tenemos unos ancestros comunes), se da también la existencia de un lenguaje primitivo común a partir del cual han ido surgiendo los diferentes idiomas que hablamos en el planeta.
La monogenésis lingüistica parece tener actualmente cierto soporte en el ámbito de la genética, tal como ha sugerido Luigi Luca Cavalli-Sforza. Y el máximo defensor de esta teoría, en el ámbito lingüístico, podría ser Merritt Ruhlen, de Stanford.
Ruhlen establece un grupo de doce grandes familias en las que se podrían agrupar los más de 6.000 idiomas que hablamos los humanos. Esas doce grandes familias serían la nilosahariana, la afroasiática, la dravídica, la euroasiática/nostrática, la sinocaucásica, la amerindia, la niger-kordofaniana, la kartveliana, la áustrica, la indopacífica, la aborigen australiana y, por último, la joisan, ese extraño lenguaje que incluye extraños clics guturales y que hablan los hadza del lago Eyasi en Tanzania o los san del Kalahari…
Pues bien, estudiando estas familias de lenguajes, Ruhlen consigue definir un puñado de palabras (12 exactamente) que al parecer pertenecerían a ese protoidioma de la Humanidad. Algunas de esas palabras pueden tener alguna resonancia para nosotros. Por ejemplo, “akwa”, que sería agua según Ruhlen y que evoluciona en el afroasiático “akwa”, euroasiático “akwa”, amerindio “akwa”, sinocaucásico “oxwa” o joisán “ka” por ejemplo. 

Pero lo fascinante, es que entre la docena de palabras del protolenguaje de Ruhlen (akwa/agua, pai/dos, ku/quién, ma/qué, tik/dedo, boko/brazo, bunku rodilla…), la que con diferencia muestra más elementos comunes en todas las familias de lenguajes es precisamente, incluso antes que aguavagina.

Vagina nos lleva a buti en el nilosahariano, a butu en el niger-kordofaniano, a put en el afroasiático, a put’ en el kartweliano, a possu en el dravídico, a put’v en el euroasiático/nostrático, a puda en el aborigen australiano y a butie en el amerindio. 

¿No es fascinante que en la familia dravídica llamen a la vagina de forma que evoca poderosamente, por ejemplo, vocablos como el pussy inglés o la pucha de los argentinos?

Le pregunto a Marta si no ve claramente un elemento común en todo esto. Me responde acertadamente que se trata del sonido “pu” o “bu”, que se aprecia en todas esas formas. Entonces yo añado el último twist del asunto. No es en absoluto casual que en casi todas las lenguas europeas, la palabra que se utiliza para “puta” o “prostituta” esté relacionada con el mal olor y la impureza, a través de la raíz indoeuropea “pu” o la latina “puter”, con el significado en ambos casos de putrefacto y purulento. Podríamos pensar además que quizá esto se relaciona con el gesto universal que hace el ser humano bloqueando las fosas nasales (¡puaf!) ante un olor fétido. 

O sea que el lenguaje nos sugiere que hay una fortísima conexión antropológica entre la idea de impureza y la mujer, o más exactamente  los genitales femeninos. Así son las cosas.

Una idea de impureza que se neutralizaría con el fuego purificador. Fuego como el de las incontables velas y las hogueras que se han encendido durante este confuso e ígnico mes de Febrero, que ha comenzado con esa festividad de la Candelaria, por la que me preguntaba, imprudentemente, Marta.


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