Joludi Blog

Mar 9
La Cosa Púbica.
Hace unos días, en una intervención desde la tribuna de oradores del Congreso, un destacado líder ha dedicado varios minutos a glosar, con sonrisas y sobreentendidos, posibles enredos amatorios entre los diputados. Enredos que...

La Cosa Púbica.

Hace unos días, en una intervención desde la tribuna de oradores del Congreso, un destacado líder ha dedicado varios minutos a glosar, con sonrisas y sobreentendidos, posibles enredos amatorios entre los diputados. Enredos que jocosamente, un programa de televisión había divulgado el día anterior. Ha hecho este líder varias bromas sobre el tema, dicen que sin venir mucho a cuento. Incluso ha ofrecido su despacho en el Palacio de las Cortes como posible nido de amor para las cupidiscentes señorías.
Todo esto ha provocado acerbas críticas. Algunos han dicho que esta chacota, con lo que está lloviendo, ha sido una inaceptable concesión a lo superficial, e incluso un ejemplo perfecto del tan denostado espíritu de amiguetes (o sea, de casta) que según decía el orador, venía rigiendo entre los políticos profesionales.
“La cosa pública no se merece estas frivolidades e infantilismos; son cosas propias de reunión de estudiantes o de charla en el bar, no de una tribuna parlamentaria”, se ha llegado a decir.
Yo no entro ni salgo. Tengo entre mis amigos a algunos admiradores del personaje, a los que no quiero ofender. Ni mucho menos. Reconozco, eso sí, que me extraña un poco la metamorfosis súbita que parece haber convertido a este savonarola de plató en un amigable besucón parlamentario con veleidades de alcahuete. Un alcahuete besucón que, al igual que el Presidente en funciones, se ríe de sus propias gracias, y considera que la tribuna de oradores debe tener algo o mucho de Club de la Comedia.
Lo que sí quiero decir es que “la cosa pública” y “la cosa púbica”, están mucho más relacionadas de lo que parece. Y no lo digo esta vez por la bien conocida vinculación entre poder y sexo. Lo digo porque, etimológicamente, la cosa púbica y la cosa pública están perfectamente vinculadas.
Esto es algo que nos ha explicado bien Raymond Geuss (Public Goods, Private Goods. Princeton University Press. 2003).
Para este profesor emérito de Cambridge , la explicación filológica de la expresión latina “res publica”, que es de dónde deriva “república”, nos lleva “al asunto de los púberes”, es decir, al asunto propio (res, cosa propia, asunto, del griego reis, declarar) que debían tratar los que ya eran adultos para la Ciudad, o sea, los que habían alcanzado la edad púber (de “pubes”, joven con el vello púbico (o axilar) ya crecido. El término latino es a su vez derivado del griego fobe, pelo, que es por cierto palabra vinculada a temor, fobos, por el miedo que producen los muy vellosos. 
Por lo tanto, pubis y público vienen etimológicamente de la mano. La república es, en esencia, una cuestión de pubis, históricamente hablando.
Digo esto con la mejor voluntad, para justificar en lo posible, y con sólidas bases científicas, tanto ósculo, tanto abrazo, tanto elogio del beso y tanto enredo amoroso como ahora vemos, asombrados, en el otrora circunspecto hemiciclo de los esforzados diputados.


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