Joludi Blog

Mar 13
Interchange.
Ayer publicó un periódico la lista de los 40 cuadros más caros de la Historia. Es muy interesante. Aparecen, como era de esperar, obras maestras de pintores de apreciación universal como Rubens, Van Gogh, Picasso…Pero también hay obras...

Interchange.

Ayer publicó un periódico la lista de los 40 cuadros más caros de la Historia. Es muy interesante. Aparecen, como era de esperar, obras maestras de pintores de apreciación universal como Rubens, Van Gogh, Picasso…Pero  también hay obras que, a priori, para el no familiarizado con el mercado de arte de élite, cuesta trabajo creer que alcancen esas cotizaciones astronómicas, como es el increible caso del número 2 del ranking, que es esta obra de De Kooning adquirida hace unos meses por el propietario de un poderoso hedge found, al inconcebible precio de 300 millones de dólares
Uno tiene el derecho a preguntarse, aún a riesgo de parecer un filisteo redomado (redomado sí, es decir, pasada su ignorancia por la redoma o el alambique, para una mayor concentración del defecto) qué sentido tiene pagar esas inmensas fortunas por unas pinturas que para el vulgo pueden ser cualquier cosa menos obras de arte.
Pero si alguien hace esa pregunta, significa que no vive en este mundo o al menos no lo hace muy conscientemente. Porque casi con seguridad, quien se extraña de estas cotizaciones, aprecia, desea y, si puede compra, objetos con marcas de prestigio, ya se trate de una simple camiseta, unas zapatillas, un reloj o un coche. Y el hecho es que en esos objetos, la mayor parte de su precio, en ocasiones muy elevado, se deriva de algo como la marca, que es tan etéreo e insustancial como el valor intrínseco que nos podemos atrever a ver (o dejar de ver) en las obras de De Kooning, Pollock o Rothko.
Lo que caracteriza a nuestra sociedad es que el valor de uso de las cosas ha perdido casi toda su significación en beneficio del valor de cambio. Y este valor de cambio no se deriva sino de la voluntad de los agentes económicos para aceptarlo o rechazarlo. El oro tiene valor porque en la mente de miles de millones de seres humanos está inscrito que el oro debe tener valor. Lo mismo ocurre con un reloj Rolex o unas zapatillas Converse. Y es muy difícil que eso cambie en la mente de esos miles de millones de seres humanos, de la noche a la mañana. El valor de cambio es a menudo más estable que el valor de uso. Más seguro, digamos.
Un cuadro de Bacon (como los cinco que robaron ayer en una mansión situada en la bellísima calle Encarnación, de Madrid) tiene valor principalmente porque existe todo un sistema económico asociado al mercado del arte que está cimentado en la convicción (discutible o no) de que esas pinturas tienen un inmenso valor.
Por lo tanto, el valor depende básicamente del potencial de intercambio de las cosas, no de las cosas en sí mismas.
Intercambio es, por cierto, el lúcido, tal vez cómplice, título de la obra de De Kooning que he reproducido arriba y que desde el otoño pasado está en manos de Ken Griffin, verdadera hiena de las finanzas especulativas.
Acaso Griffin, precisamente por haber ganado su fortuna manipulando fantasmales valores bursátiles y explotando burbujas financieras desde sus fondos de cobertura, colecciona arte expresionista porque debe saber mejor que nadie que en nuestros tiempos, nada tiene valor o deja de tenerlo si no es porque tú crees que lo vale o que deja de valerlo.
Nada tiene siquiera existencia, sabe muy bien Griffin y los que son como él, si no es posible que participe de una forma u otra en el juego infame del intercambio.
Ni siquiera las personas. Especialmente las personas.


  1. joludi ha publicado esto