Joludi Blog

Mar 16
La categoría y la anécdota.
Leo en un periódico que la corrupción política hace mucho que ha dejado de ser anécdota para convertirse en categoría. Esto está muy bien dicho. Pero que muy bien dicho. Hay que ver lo bien que hilan a veces los...

La categoría y la anécdota.

Leo en un periódico que la corrupción política hace mucho que ha dejado de ser anécdota para convertirse en categoría. Esto está muy bien dicho. Pero que muy bien dicho. Hay que ver lo bien que hilan a veces los periodistas.
La categoría, filosóficamente hablando, es el rasgo con el que definimos algo; es la vinculación de un sujeto con un atributo que, a nuestro juicio, le es propio. Al categorizar, “acusamos” un ente, es decir, lanzamos una flecha conceptual entre dicho ente y una propiedad. Este era el significado original del verbo griego “kategoro”, que no significaba otra cosa sino imputar, acusar, hablar de alguien en el ágora, denunciar en la plaza pública (kata agoreuo). Y eso es justo lo que está pasando, si cambias ágora por medios de comunicación.
Así es. Categoría era, inicialmente, un término estrictamente jurídico-penal. Categorizar era protestar públicamente ante una injusticia. En bajo latín todavía subsistía una palabra de origen griego-“kategorikos”-que evocaba este sentido criminal, pues significaba “acusatorio” (y es la palabra que por cierto nos ha dejado en herencia nuestro adjetivo “categórico”).
Fue Aristóteles quien adoptó y adaptó a su gusto el término griego kategoria en un sentido más bien filosófico o lógico. En sus manos , “categorizar” se convirtió en “delatar” las características ocultas de una cosa. Para Aristóteles, categorizar era simplemente declarar las propiedades de algo; “acusar de algo a algo”, por decirlo así.
Así creó Aristóteles sus famosas diez categorías: cualidad, lugar, acción, cantidad…etc.
Los romanos tradujeron kategoro por accusare.
Para el derecho romano, el proceso criminal comenzaba con la delatio nominis (es decir, la inscripción del nombre del denunciado en la lista pública de los acusados). Con ello surgía un asunto, una cosa, una causa...(los dos últimos términos están relacionados etimológicamente).
Entonces, el denunciado en la delatio nominis era llamado ad causa, es decir, era convocado a la causa; o sea, era “encausado”. De esa expresión “ad causa” se derivó el verbo latino accusare, nuestro verbo acusar y nuestro adjetivo encausado.
En suma, hablar de categorización sobrevenida de la corrupción, antaño se supone que anecdótica, es hablar de la corrupción atmosférica que padecemos con mucha precisión. Porque categorizar nos evoca la acusación criminal que se convierte en asunto de plaza pública. Y porque, a su vez, el término “anecdótico” se opone simétricamente a lo categórico, en la medida en que lo anecdótico es, etimológicamente, aquello que no se ha publicado (an-ek-doto=no publicado).
Aquello que existía, pero que no se conocía.
Lo que ocurre es que la experiencia enseña que en asuntos de corrupción, como en otros ámbitos, lo anécdotico se acaba convirtiendo fatalmente en regla general. Yo en esto me atrevo a ser categórico.


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