Afes ta biblia…
Tan pronto salgo de viaje, siento cierta melancolía por no tener mis libros a mano. Pero al mismo tiempo, me siento liberado al alejarme un poco de ellos. Es contradictorio, pero es así. Mis libros son croce y delizia a la vez. Por un lado, son la cosa material que más aprecio. Tal vez la única cosa material que, junto con mis bicicletas, realmente lamentaría perder…Por otro lado, esos libros, siendo ya muchos más de los que podré cabalmente leer y asimilar en lo que me resta de vida, me recuerdan a cada instante mi finitud y me hacen sentir un cierto desconsuelo existencial. Por esto, me alivia alejarme de vez en cuando de esos libros y sustituir su obsesiva presencia por el aire del mar y el rumor del viento en las velas. Quizá, navegando, es como entiendo finalmente el sentido del enigmático consejo que Marco Aurelio se daba a sí mismo: “Afes ta biblia, meketi espo”, “aléjate de los libros, que no te distraigan” (afes, no afos, como bien me corrige Pedro). Que no te distraigan de tí mismo. Que no te distraigan de tu presente, que, al fin y al cabo, es lo único que tienes.
