Joludi Blog

Abr 9
Caperucita Roja en Marte.
Hemos entrado en la segunda mitad del siglo XXI. Nos encontramos en un lugar del planeta Marte, en una sala de conferencias del laboratorio principal de cibernética, justo en el ala derecha del gran edificio de servicios que...

Caperucita Roja en Marte.

Hemos entrado en la segunda mitad del siglo XXI. Nos encontramos en un lugar del planeta Marte, en una sala de conferencias del laboratorio principal de cibernética, justo en el ala derecha del gran edificio de servicios que se levanta a pocos kilómetros de Antoniadi. En el centro de la enorme sala sin ventanas vemos a una mujer, la Formadora, que está leyendo en alta voz lo que parece escrito en una pantalla flexible que sostiene en la mano. La audiencia, reunida en círculo en torno a ella, está compuesta por varias docenas de robots, de diferentes formas y tamaños. Todos esos ingenios están inmóviles y parecen escuchar, con toda atención, el relato que recita la formadora. Tras unos instantes nos percatamos de que la mujer está leyendo en voz alta el cuento de Caperucita Roja.
Esto, que parece el comienzo de una extraña narración de ciencia ficción, es perfectamente posible que pueda ocurrir muy pronto. Los expertos del EI Lab de Georgia (USA), dirigidos por Mark Riedl, han llegado a la conclusión de que las narraciones clásicas, en particular los cuentos infantiles, pueden ayudar a infundir en los ingenios de inteligencia artificial los valores morales que la mayoría de los humanos se supone que compartimos. Sin esos valores, como nos ha avisado, entre otros Hawking, avanzar en inteligencia artificial es como colocar un Magnum 45 en manos de un chimpancé.
El sistema de Riedl se llama “Quijote”, en homenaje a ese gran narrador que fue Cervantes. En esencia, es un software que transforma un cuento o una fábula en un mapa en el que las diferentes opciones del protagonista se representan como nodos o bifurcaciones de un árbol. Quijote hace que el ingenio de inteligencia artificial recorra una y otra vez el árbol, y recompensa con puntos cada elección “justa” hasta que el robot interioriza y asimila los valores. El secreto está en la repetición, como sabemos todos los que hemos comprobado cómo nuestros hijos nos pedían que le contásemos, un millón de veces, el mismo cuento.


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