Joludi Blog

Oct 29
Tangentopolis.
Una de las primeras series de TV que recuerdo, de cuando era muy niño, tal vez cinco o seis años como mucho, era Los Intocables de Elliot Ness. Trataba de un grupo de policías incorruptibles en el Chigago de los gangster, allá por los...

Tangentopolis.

Una de las primeras series de TV que recuerdo, de cuando era muy niño, tal vez cinco o seis años como mucho, era Los Intocables de Elliot Ness. Trataba de un grupo de policías incorruptibles en el Chigago de los gangster, allá por los tiempos de la Ley Seca. Luego se han hecho versiones cinematográficas.

Lo que a mí me intrigaba era el nombre de la serie. ¿Los Intocables? ¿Qué les pasaba a esos polis? ¿Tenían la lepra o algo así?

Tardé mucho tiempo en comprender la vinculación profunda que establece el lenguaje entre el dinero, especialmente en su sentido más odioso, y el sentido del tacto, en su valor contaminante.

La palabra tasa, en la acepción de impuesto proviene del verbo latino “tago” (que da también “take” o “touch” en inglés) . Este verbo, a su vez proveniente del griego “taxo”, tiene el significado de tocar, coger algo. El origen indoeuropeo es la raiz “tag”, tocar. 

Una tasa es algo que nos cogen, generalmente sin nuestro permiso o al menos sin nuestra gustosa aceptación. Y tasar algo es tomarlo en las manos, valorarlo. Tocarlo enérgicamente, por encima de todo. Como quien palpa un melón.

De aquí viene la idea según la cual “tocar” al alguien es de algún modo, ofrecerle o imponerle una tasa, exigirle una contribución más o menos legal. Si alguien está “tocado” es que ha sido corrompido; ya no es puro, porque el tacto del dinero lo ha viciado.  Ha sido contaminado (del latin con-tamen, también derivado de “tago” y con el significado de ensuciar con el tacto). Y por las mismas razones, un “intocable”, como Elliot Ness y sus chicos, era alguien totalmente inasequible a la corrupción. Nadie podía “tocarlos” (en realidad no eran policías ni detectives, sino ¡funcionarios de Hacienda armados hasta los dientes!…)

Este es el mismo origen de la preciosa palabra italiana para definir el soborno: tangente (aunque también se usaba en Inglaterra con el mismo sentido hace algunos siglos). Tangente y su derivado “tangentopolis”, también se relacionan etimológicamente con la idea de tacto y del infinitivo latino tangere, tocar. Digo que son palabras preciosas porque no solo nos llevan a la idea profunda de la corrupción, en el sentido de contaminación por el dinero, sino porque transmiten un sentido metafórico muy interesante. La tangente viene a ser como una tasa regularizada que se impone desde fuera de la ley, algo geométricamente marginal, externo al círculo del negocio principal, algo que se fuga, que se toca con cuidado, pero con firmeza, algo esquivo, casi invisible, que contamina desde el momento mismo del contacto…Todos vivimos entonces en Tangentópolis porque en algún punto al menos, todos hemos perdido la pureza en pos de aquello que Papini gustaba denominar, siguiendo a Lutero y Santo Tomás, el excremento del diablo.

El valor metafórico de las palabras converge aquí deliciosamente con su sentido etimológico. Todos los vocablos tienen cada uno su propia alma y su propia carga metafórica. Descubrirás el valor de un intelecto por el esfuerzo que tienda a poner en descubrirla.