Joludi Blog

Oct 6
Homo Deludens.
Hay una página de internet en la que se venden estrellas. Estrellas de verdad, como las que vemos al anochecer en el cielo.
Bueno, el enfoque comercial es más bien ofrecer el derecho a dar nombre a una estrella visible del universo…a...

Homo Deludens.

Hay una página de internet en la que se venden estrellas. Estrellas de verdad, como las que vemos al anochecer en el cielo.

Bueno, el enfoque comercial es más bien ofrecer el derecho a dar nombre a una estrella visible del universo…a cambio de una módica suma.

Lo cierto es que, a partir de 19,95 dólares, y a través de estos pícaros, uno puede tener el derecho a recibir un flamante diploma que acredita haber dado nombre nada menos que a un astro de los que vemos ahí arriba en el firmamento. También, por un pequeño suplemento, el comprador puede recibir un DVD y un mapa del cosmos para localizar la estrella con un telescopio.

He investigado un poco porque me he imaginado que este tipo de estafa tendría que haber provocado no pocas protestas por parte de las organizaciones de consumidores. Llevan ya un par de años con este timo. Pero lo curioso es que las únicas protestas que he encontrado contra la compañía (se llaman “Starname” estos tunantes) son de compradores que están muy enfadados por no haber recibido su diploma a tiempo…¡Ah, Humanidad, no tienes arreglo!

Lo cierto es que la capacidad del animal humano para engañar y ser engañado parece ilimitada. El historiador holandés Huizinga decía que Homo Sapiens es una terminología insuficiente y proponía Homo Ludens, es decir, “antropoide que juega”. Yo modificaría ligeramente el término y propondría “Homo Deludens”, que en latín significa exactamente, “antropoide estafador”

Homo Deludens. Ahora y siempre. Pero muy posiblemente esta tendencia al engaño será algo que crezca debido a internet, que abre nuevas y prometedoras vías para los impostores verdaderamente creativos.

Sí. Nos espera toda una nueva generación de ciberestafadores. Serán los dignos herederos de los grandes timadores e impostores de la Historia, como Abagnano (el genial personaje real representado por Di Caprio en la película de Spielberg), Rocancourt (el falso Rockefeller), o sobre todo el Conde Victor Lustig, el mayor estafador conocido y sin duda el maestro y gurú de estos tipejos de Starnamer y otros cibertramposos. Me apetece contar aquí algo de él.

Lustig nació en Praga en 1890 en el seno de una respetable familia (si bien bajo ningún concepto de rango nobiliario). Después de dejar la escuela se convirtió en tahur profesional y al cabo de unos años, tuvo que escapar a América, perseguido por deudas de juego.


En América, Victor decidió iniciar una carrera como estafador de gran clase. Su primer objetivo fue vender la Torre Eiffel. Sí. como lo oyes. Comenzó diseñando e imprimiendo diferentes papeles que simulaban ser impresos oficiales del gobierno francés. Una vez se hizo con ellos, escribió una carta “totalmente confidencial” dirigida a varios grandes empresarios del negocio del reciclado de chatarra. Y les invitó a una reuníon sumamente secreta en un hotel de lujo. Una vez allí, les explicó que la Torre Eiffel estaba mal, muy mal. El emblemático edificio francés estaba afectado de problemas estructurales tan graves, que el Gobierno de Francia se había visto obligado a iniciar una operación secreta de venta por un precio ridículo antes de proceder de la noche a la mañana a la demolición, para evitar las protestas del público. Lustig les indicó que nadie mejor que ellos para participar en la operación secreta de venta, dado el inmenso valor de la Torre como chatarra. El conde consiguió el engaño y obtuvo una cifra astronómica por unos papeles sin valor. Los empresarios engañados quedaron tan avergonzados cuando descubrieron la estafa, que prefirieron no denunciarla. He aquí el placer supremo del estafado: haber dejado a la víctima tan humillada en su orgullo que ni siquiera denuncia el caso.

Lustig aprovechó una debilidad humana bien conocida: la fé en la letra impresa, la creencia casi ciega en los documentos, o en aquello que tiene aspecto documental. Es justo lo que hacen los espabilados de Starnamer. Ellos conocen muy bien el poder hipnótico de los documentos y los certificados para el común de los mortales. Y lo explotan.

Y lo peor es que tienen filón para rato con esto de vender las estrellas que vemos en el cielo. Porque hay muchas, la verdad. Y no les cuestan nada, así que todo es margen…

Bueno, alguna mente despierta que me lea podría pensar que el negocio de Starnamer es limitado. Al fin y al cabo, quizá las estrellas visibles a simple vista o con telescopio, se podrían acabar relativamente pronto si fueran muchos los que decidiesen aceptar la oferta de la empresa.
Nada más lejos de la realidad.
Las estrellas visibles a simple vista son todas las de magnitud 6 o inferior a 6. En total no menos de 8.768.
Pero si contamos las que pueden verse con un telescopio básico (de 50 mm) o con unos prismáticos elementales, el rango de estrellas visibles salta hasta la magnitud 10, lo que nos da un total de 626.883 estrellas (de acuerdo con el prestigioso Catálogo Tycho).
Así que el mercado potencial de los de Starnamer se sitúa en torno a los 18 millones de euros. Una cifra que puede ser dos veces superior si los clientes prefieren la modalidad de certificado bellamente enmarcado…
O sea, una cifra realmente astronómica, nunca mejor dicho.

Oh sí. Hay muchas estrellas en el universo para que se enriquezcan los de Starnamer. Su número es casi ilimitado.

Pero lo verdaderamente ilimitado, como alguien dijo, en alguna ocasión, es la capacidad humana para el engaño.

(Por cierto, en el año 2002, una compañía española de mensajes SMS, ofrecía una especie de felicitación de navidad por mensaje de móvil, que se suponía llegaba a su destinatario en función del paso por el cielo de las estrellas fugaces, que al parecer producen algún tipo de efecto electromagnético sobre los satelites, el cuál puede ser detectado y utilizado como “interruptor” de los envíos. No se. Era algo así. El “producto” tuvo cierto eco en los periódicos de la época, pero no estoy seguro de que fuese realmente un éxito de ventas. En cualquier caso, la empresa que lo promovía tenía el muy apropiado nombre de “Movilisto”.)