Joludi Blog

Jul 19
La mariposa y el poste telefónico (o por qué le llaman sexo cuando quieren decir amor).
Hace un par de años, Helen Fisher realizó una gran encuesta intercultural para tratar de distinguir el sexo del amor en la relaciones románticas. Y al mismo...

La mariposa y el poste telefónico (o por qué le llaman sexo cuando quieren decir amor).

Hace un par de años, Helen Fisher realizó una gran encuesta intercultural para tratar de distinguir el sexo del amor en la relaciones románticas. Y al mismo tiempo trató de determinar cuál de las dos cosas parece ser más importante en esas relaciones. Sorprendentemente, los resultados de la encuesta indicaban que, con independencia de la edad, religión, inclinaciones sexuales, etc…para la mayoría de las parejas era más relevante la sensación de sentirse querido que la pura atracción sexual. Para verificar que este resultado no era una simple ilusión, Fisher promovió un análisis de la actividad cerebral mediante scanner. Cada persona enamorada debía concentrar su mirada unos instantes en la foto de la persona amada. Los resultados confirmaron que el amor y el sexo estimulan zonas cerebrales muy diferentes, y que en las personas que decían estar realmente enamoradas, se apreciaba principalmente una activación del área del cerebro que se correlacionaba con el sentimiento amoroso, no con el sexual.

Esta distinción nítida entre amor y pulsión sexual que Fisher parece haber confirmado con ayuda de los neurocientíficos, ya era bien conocida por los griegos, que iban mucho más allá que nosotros y distinguían cinco o seis sentimientos diferentes en el universo del amor. La Epithimia era simplemente la atracción hacia otra persona, algo que posiblemente se da en los primeros estados de la relación; una especie de curiosidad, de orientación de la atención. El Eros incluía ya un componente netamente físico y sexual, bajo la advocación de Afrotdita. La Philia por su parte representaba un estado muy superior de afecto amistoso, de cariño o ternura que seguramente solo puede surgir a lo largo del tiempo. El Storgé incluía además los sentimientos familiares, el sentido de responsabilidad y tutela derivado de los lazos de familia. Y finalmente estaba el Agapé, estado supremo en el que aparecían incluso connotaciones sublimes o heroicas, capaces de llevar a los amantes al sacrificio del uno por el otro. Quizá la representación mitológica más bella del Agapé sea la de Baucis y Filemón, que se aman apasionadamente hasta la senectud y se niegan a morir por separado; reciben entonces de Jupiter el premio de convertirse para siempre en dos árboles que eternamente se inclinan el uno hacia el otro, esto es, el Roble y el Tilo. Esta pareja de viejos amantes convertidos en árboles inseparables tuvo por cierto el raro privilegio de ser la única representación de los mortales que compartió casa con los dioses (un día al menos). Una particularidad muy simbólica. Un detalle no gratuito (en la Mitología, como en El Corte Inglés, no hay nunca nada gratuito…).

Seguramente ni siquiera con la riqueza de los cinco términos que los griegos manejaban sería posible aprehender el esquivo misterio del amor y la fascinante riqueza de sentimientos como los que unen a Baucis y Filemón. O como el de los millones de parejas enamoradas que hacen mover el mundo y resucitar a los muertos en este mismo instante… Hará falta mucha más neurociencia y muchos más estudios como los que realiza Fisher, Alberoni, Aron o Buss, para empezar a entender un poco lo que ocurre en las mentes de los enamorados.

Y es que , como decía Jardiel Poncela, intentar definir el amor viene a ser como intentar ensartar una mariposa con un poste telefónico…Y esto sigue siendo válido con o sin neurociencia.


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