Comunismo.
Hablamos de política durante la cena. Sobre las nuevas coaliciones. Sobre la alarma que está despertando entre algunos el plausible ascenso al poder de ciertas fuerzas y coaliciones radicales, incluyendo, oh horror, los comunistas.
Marta aprovecha para preguntarme abiertamente si yo, acaso, soy comunista.
Obviamente sí, le contesto. Aunque lo soy en una acepción muy específica y no muy habitual del término.
Soy comunista si por serlo se entiende participar de la convicción moral según la cual el ideal de la organización social, en materia de distribución de la riqueza, debería ser un sistema en el que cada cual aportase al colectivo según su capacidad y recibiese del colectivo según su necesidad.
En ese sentido, creo que uno no puede menos que autodeclararse comunista.
Pero otra cosa bien distinta sería identificarse con el fracasado movimiento de conquista del poder que se puso en marcha a mediados del siglo XIX, a partir del programa de Karl Marx. De eso, yo, me siento sumamente alejado. Y esto sin perjucio de la admiración por la lucidez de la crítica que hizo Marx del sistema económico capitalista y por el inmenso respeto en relación con el sacrificio de tantos militantes comunistas de todo el mundo en su lucha contra la injusticia y la opresión.
Pero, insisto, con respecto a ese programa y a esa doctrina marxista que echó a andar con el Manifiesto del 48, paradójicamente, yo, sintiéndome moralmente comunista, participo mas bien de las palabras que un anticomunista furibundo como Bakunin pronunció en el IV Congreso de la Internacional Obrera, en Basilea. Merece la pena transcribirlas, porque ni Nostradamus hubiese sido más certero en sus previsiones. ¡Son palabras que están dichas en 1869! Son palabras que explican mejor de lo que yo pueda hacerlo, por qué se puede ser comunista…sin ser en absoluto comunista!
“…en cambio, nosotros repetimos lo que ya hemos dicho en Berna ante la Liga por la Paz. Aborrecemos el comunismo porque es la negación de la libertad y no podemos concebir ni un pensamiento, ni un acto verdaderamente humano, sin libertad. No somos comunistas porque el comunismo aspira a absorber todos los poderes de la sociedad en el Estado, que de esta forma centraliza inevitablemente en sus manos toda la propiedad (…) Pero no os preocupéis compañeros, el señor Marx y la escasa camarilla que le sigue, nos ofrece el consuelo de que el Estado–su Estado–estará dirigido por una minoría de ilustrados, que impondrán su ley al resto de la población ignorante. Además, esa minoría, que por un acto pretendidamente revolucionario y gracias a su disciplina y a su organización jerárquica habrá conseguido desplazar del poder a la burguesía, se compondrá de trabajadores (…) Trabajadores que en el momento de pisar las alfombras de los despachos del nuevo Estado, se olvidarán de su vieja condición, convirtiéndose en los más altos funcionarios y mirando desde arriba a los obreros (…) y yo os digo que en ese mismo momento ya no forman parte del pueblo, ni siquiera lo representan, pues se representan a sí mismos y a su ambición de poder.
De acuerdo con la doctrina del señor Marx, la revolución no debe abolir el Estado, sino fortalecerlo al máximo, entregándolo a sus guardianes y maestros, los dirigentes del partido comunista, que concentrarán todos los poderes del Gobierno en sus manos. Crearán un banco estatal único, nacionalizarán toda la producción industrial, comercial y agrícola, y crearán una nueva clase privilegiada de ingenieros estatales. Quienes crean que las cosas no han de ser así, a pesar de su ciencia, demuestran un desconocimiento total de la naturaleza humana”.
A tomar nota.
