Joludi Blog

Dic 23
Los Regalos Nutricionales del Solsticio.
Mercedes me pregunta por qué en estas fechas, y a pesar de la crisis, la gente se empeña en regalarse, unos a otros, cestas de Navidad llenas de embutidos y espárragos, botellas de licor y cosas parecidas. Le...

Los Regalos Nutricionales del Solsticio.

Mercedes me pregunta por qué en estas fechas, y a pesar de la crisis, la gente se empeña en regalarse, unos a otros, cestas de Navidad llenas de embutidos y espárragos, botellas de licor y cosas parecidas. Le extraña mucho a Marta que precisamente en estas fechas todo el mundo se ponga a intercambiar enormes cantidades de comida y bebida que, en realidad, no parece que necesitemos en absoluto.

Es normal que se extrañe mucho de esto.

En realidad, la “cesta de Navidad”, entendida como el intercambio obsesivo de regalos nutricionales al llegar el solsticio de invierno o el comienzo del nuevo año, es una enigmática costumbre milenaria que como mínimo data de los antiguos romanos. 

Suetonio nos cuenta, por ejemplo, que al llegar esta época del año, el emperador Calígula bajaba personalmente al vestíbulo de su palacio para recoger, con inaudita rapacidad, las “cestas” que le entregaban los nobles romanos. Y eso es más o menos lo mismo que se hacía en los diferentes niveles de la escala social romana. Los “familiares” o “clientes” de cada patricio, se presentaban ante él con los obsequios o stipes”de rigor.

Aquellos regalos “navideños” de Roma, los “kalendariae strenae” eran la evolución de la antiquísima costumbre de obsequiarse unos a otros ramitas de roble o ramilletes de verbena (como podría ser nuestro muérdago), invocando con ello la valiosa protección de Strenua o Strenia, la diosa forestal de la salud y la fuerza física, (de aquí el origen de nuestra palabra “estrenar”). 

Pero ¿por qué durante el medievo, esta práctica romana del intercambio solsticial de regalos subsistió con tan inusitado vigor pese a las prohibiciones eclesiásticas, que la consideraban un ejemplo flagrante de paganismo? San Agustín la denominaba costumbre demoníaca y se refería a las “cestas navideñas” como infame resto del paganismo, como “diabolicas strenas”. El Concilio de Auxerre bramaba contra la costumbre inveterada de los campesinos de de colocar cestas de comida en las puertas de las casas al llegar el año nuevo: “non licet kalendis januarii…strenas diabolicas observare…”. 

Entonces…¿como ha podido llegar intacta hasta nuestros días, pese a tanta proscripción, esta chocante y costosa tradición de la “cesta navideña” con la inequívoca connotación rural de la consabida cesta de mimbre, las florecitas o el espumillón decorativo y las diferentes delicadezas alimenticias?

La explicación es relativamente sencilla y así se lo cuento a Mercedes. Los regalos navideños, las dichosas cestas, son simplemente una forma material de subrayar y reforzar los vínculos sociales, las jerarquías, las dependencias, la mutualidad y la cohesión de los grupos humanos. Y de hacerlo en el momento clave del ciclo anual.

El individuo ancestral, aterrorizado ante la aparente muerte del sol y la inexorable llegada de los fríos y la escasez, sabe que solo va a poder sobrevivir en esta durísima estación gracias a la ayuda mutua y a la integración en el tejido social de jerarquías y protecciones recíprocas. Es por lo tanto el momento de consolidar esos vínculos con el regalo apropiado. De amigo a amigo. De proveedor a cliente. De socio a socio. De pariente a pariente.

Por eso mismo, las cestas de Navidad, los regalos nutricionales del solsticio, subsisten incluso en estas épocas de rampante crisis económica. Es más, adquieren su verdadero sentido en momentos como este. Son la forma moderna de encomendarse a la diosa Strenua y tratar de garantizar un sentido de mutualismo, sin el cual el hombre moderno, agobiado por los malos augurios económicos, teme no poder sobrevivir. 

Los tiempos cambian, pero los miedos profundos no. Cada cesta de navidad nos recuerda esta gran verdad.



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