Joludi Blog

Ago 13
Mártires.
Hablo con Rosalía sobre los suicidas que se inmolan en nombre del llamado Califato. Rosalía me dice que algo debe haber en el islamismo para promover estos suicidios. Ella piensa que otras religiones, como el cristianismo, no estimulan...

Mártires.

Hablo con Rosalía sobre los suicidas que se inmolan en nombre del llamado Califato. Rosalía me dice que algo debe haber en el islamismo para promover estos suicidios. Ella piensa que otras religiones, como el cristianismo, no estimulan estos sacrificios.
Le digo que eso es cierto tan solo relativamente. Y me empeño en discutírselo. No se si hay algo en el islamismo que impulse a la intolerancia. Puede ser. Pero si hay algo, pienso que no será distinto de lo que hay en el interior de las otras dos religiones del Libro.
De hecho, el cristianismo que conocemos ahora no ha sido siempre así. Hubo un período, y bien largo, en el que cristianismo era sinónimo de vocación de martirio y en el que los cristianos eran vistos por el poder institucional como peligrosos fanáticos ansiosos de morir para ir a su “cielo”.
El santoral católico está lleno de mártires que al parecer afrontaron sin pestañear una muerte dolorosa, antes de renegar de sus creencias (muchos de ellos, mujeres, por cierto, puesto que son las santas las que sufren torturas y ejecuciones más morbosas, cosa que da que pensar; a los mártires masculinos generalmente se les decapita y basta…). Los tres o cuatro primeros siglos del cristianismo abundan en historias escalofriantes de testarudez y amor a la muerte. Santa Agueda soportó estoicamente que le cortasen los pechos y la arrojasen después sobre carbones al rojo vivo. A Santa Apolonia, por cristiana recalcitrante, le arrancaron una a una todas las piezas dentales con unas enormes tenazas (es patrona de los dentistas). A Santa Bárbara la arrastraron atada a un caballo por negarse a renegar de su fe cristiana. San Blas aceptó sumiso, antes de hacer apostasía, que le desgarrasen las carnes con un rastrillo. Santa Catalina de Alejandría (la del bellísimo cuadro de Caravaggio en la Thyssen, que se puede admirar muy bien estos días en la exposición temporal de ese museo, junto con otras muchas obras maestras de su autor y sus seguidores barrocos) se negó a casarse con un noble, por ser pagano, y, manteniéndose fiel a sus convicciones, aceptó que la martirizasen con una rueca provista de afilados cuchillos. Santa Cristina se negó a sacrificar en honor de Apolo, tal como le pedía su padre, y eso le supuso que la chamuscasen en la hoguera y después, medio muerta, la arrojasen al río con una gran piedra atada al cuello. A Santa Eufemia le pasó tres cuartos de lo mismo. Se negó a hacer sacrificios a los dioses romanos y la torturaron con todo el repertorio del horror, incluyendo martillazos en la boca y ataques de fieras hambrientas…Para que seguir…Las escenas de martirio que evoca el santoral son interminables y a cuál más horrenda: el flagelo de Santa Eugenia, los vidrios rotos sobre la piel de Santa Eulalia, la violación múltiple de Santa Inés, el trinchamiento y posterior guisado de San Jorge, los garfios de hierro de Santa Justa y Santa Rufina, el despellejamiento de San Bartolomé, la crucifixión de Santa Liberata, los ojos arrancados de Santa Lucía, la lengua cortada y el alanceamiento de Santa Victoria…
Pero el amor a la muerte de los cristianos de los primeros siglos no se limita a los casos de martirio que, al fin y al cabo, son supuestos en los que el poder institucional la toma con el infeliz cristiano de turno y le fuerza a renegar. Ni mucho menos. Hay cantidad de casos en los que sin comerlo ni beberlo, el cristiano amante de la muerte santa se pone en marcha para buscar activamente su sacrificio personal. Hay muchísimos casos, pero bastaría, como ejemplo, citar a los llamados Mártires de Córdoba (si bien no eran todos cordobeses), cuyas desventuras nos relata San Eulogio en el Liber Apologeticus Martyrum. Todos esos mártires del califato cordobés en los tiempos de Abderraman II y Mohamed I (unas cuantas decenas, encabezados por un tal Abundio) se empeñaron en buscar activamente su propia muerte y para ello se lanzaban a hacer todos tipo de tropelías, incluyendo lanzamiento de esputos al Corán, blasfemias en sitios públicos y delante de las autoridades y cosas similares. El problema se fue haciendo tan grande (la conducta se viralizaba, y eso que no había redes sociales…) que el propio Califa tuvo que tomar cartas en el asunto y promovió el Concilio de Toledo (sí, como lo oyes; un Concilio de prebostes cristianos convocado por el propio Califa musulmán; así eran las cosas en aquellos interesantes tiempos del siglo IX…). En las sesiones de aquel Concilio toledano, las autoridades de la Iglesia cristiana prohibieron formalmente que los cristianos buscasen por su cuenta y riesgo el martirio. 
Y, en fin, mientras escribo todo esto, me doy cuenta de que he pasado por algo ciertas variedades del cristianismo primitivo, en tiempos del Imperio Romano, cuyos practicantes buscaban activamente el martirio. Los seguidores de Montano, por ejemplo, estaban, como tantos otros, convencidos de que el retorno de Cristo era inminente, por lo que, en cuanto surgía la ocasión, se autodenunciaban a las autoridades del Emperador, para buscar una rápida ejecución. El mismísimo Marco Aurelio nos cuenta que durante las peleas de gladiadores en el circo, muchos cristianos montanistas se arrojaban a la arena gritando: “mátame, mátame, soy un cristiano…
Así que no creo yo que haya nada de particular en el islamismo, como para promover el amor a la muerte de sus practicantes. Son todas aquellas religiones que ponen el énfasis en el monoteismo, la intolerancia y la idea de salvación eterna las que pueden ser pervertidas, si las circunstancias son propicias, para generar fanatismo, brutalidad y amor a la muerte. Todas ellas están llenas de claroscuros, como los cuadros de Caravaggio. Y a menudo pasan de la luz a las tinieblas.
Afortunadamente, el cristianismo se ha dulcificado mucho durante los últimos cuatrocientos años. Puede que no haya ocurrido lo mismo con algunas variedades del Islam. Explicar las razones de esta diferencia ya es harina de otro costal. Las claves son de tipo socioeconómico, por supuesto. Pero, ahora, le digo a Rosalía, no es el momento de enrollarme con esto. Es sábado, hace un día precioso y José María lleva media hora en el martirio de esperar a que yo termine de escribir esto para salir a dar juntos un paseo en bicicleta por los caminos de la dehesa…Comprendo su impaciencia: todo lo demás debería importar un rábano.


  1. infinismundi ha dicho: Estan locos estos cristianos. Y los musulmanes y… Axterix dixit
  2. joludi ha publicado esto