Se queja un buen amigo de que la
emergente formación política, que nos despertaba tantas esperanzas, parece
sumergida ahora en disputas internas; disputas no muy distintas de las que
vienen caracterizando a otras entidades mucho más viejas, castizas y resabiadas.
No hay que extrañarse, le consuelo. En el
ciclo de vida de toda organización hay una fase infantil de desafío al poder
establecido y puesta en cuestión de la propia identidad colectiva. Es una fase más larga, difícil e intensa
cuanto mayor es el componente ideológico de la organización. Apenas tiene lugar
en una comunidad de vecinos, pongamos por caso. O en la asociación de los
cazadores que explotan un coto de caza de perdices. Pero es una dolencia
manifiesta y temible en el ciclo naciente de
los partidos políticos o de las iglesias (si es que ambas cosas no son
más o menos la misma).
A propósito de iglesias-le sigo
explicando a mi desconsolado interlocutor-cabe mencionar que la organización
más poderosa, eficiente y longeva de la historia de la Humanidad, que no es
otra sino obviamente la Iglesia, sufrió en sus primeros tiempos una intensísima
dinámica disgregadora. Basta mencionar el Apocalipsis de San Juan, que fue en
esencia una especie de ponencia política destinada a combatir, con el terror y
la amenaza, la indisciplina creciente de las siete organizaciones cristianas
más poderosas del momento, las de Asia Menor (por eso habla el autor de los siete
sellos, las siete trompetas y las siete copas…). Ese carácter de ponencia política es la razón por la que la
Revelación de San Juan nos presenta un anticristo al que no hay que buscar fuera,
sino dentro de la organización eclesial; algo que debería extrañar mucho a
quien lea esas fascinantes páginas sin conocer esta clave de lucha interna. El
texto psicodélico de Patmos es en esencia tan solo eso, un alegato furibundo
concebido para amedrentar al enemigo interior de la organización. Un texto que fue redactado, ahora lo sabemos bien, por un oscuro funcionario eclesiástico de finales del siglo I,
al que luego, claro está, se identificará oficialmente con el evangelista San
Juan, tan solo a efectos de dar mayor credibilidad a todas sus visiones.
El hecho es, termino diciéndole a mi
amigo, que las organizaciones ideológicas nacidas para perdurar suelen superar,
sin perder demasiadas plumas, esta necesaria fase infantil de enfrentamientos
intestinos. Tan solo hay que esperar que surja, adaptada a los tiempos y formas
actuales, la consabida visión apocalíptica. Tan solo hay que aguardar la
aparición de algún discurso, de tonos más o menos proféticos, que conjure el peligro de disolución y permita el retorno a la unidad de cuerpo y espíritu y renueve la confianza de los fieles en el advenimiento de la Nueva Jerusalén…No será difícil preparar ese discurso, porque sobra contenido, con un paro juvenil en las nubes, la deuda pública en máximos históricos y la corrupción y la mentira pública en niveles que deberían ser insoportables pero que, por alguna razón que no alcanzo a comprender, no lo son.