Joludi Blog

Ago 18
Vírgenes.
Me comenta un paciente lector algo al respecto de mi post del pasado lunes sobre la relación que yo establecía allí entre el culto a la Virgen María y la expresión de las identidades locales, especialmente en el medio rural. Mi amigo y...

Vírgenes.

Me comenta un paciente lector algo al respecto de mi post del pasado lunes sobre la relación que yo establecía allí entre el culto a la Virgen María y la expresión de las identidades locales, especialmente en el medio rural. Mi amigo y sufrido lector considera, en cambio, que en el culto a la Virgen hay un indudable componente sexual, y menciona la curiosa fenomenología de la Semana Santa sevillana, con todas esas expresiones de pasión amorosa hacia los pasos de “Nuestra Señora”.
Yo me mantengo en mis trece. A mi parecer, el culto católico a la Virgen María puede tener de todo excepto componentes sexuales. La Virgen María es radicalmente asexuada. Y eso es lo que hace muy enigmático y peliagudo el culto cristiano a María. Digo esto sin perjuicio de que la religiosidad tradicional andaluza pueda entenderse, si así lo queremos, en clave edípica, lo que es tan discutible (y tan plausible) como tantas otras especulaciones psicoanalíticas…
Yo no voy a insistir aquí sobre los argumentos que expresé en el anterior post. Pero me apetece mencionar un par de curiosidades que ilustran esta relación de la Virgen con el localismo, llevado a veces a extremos cómicos.
Cuenta por ejemplo Juan Eslava Galán, en un divertido libro recién publicado, que en Jaen, hace algunas décadas, en los tiempos del nacionalcatolicismo ferviente, dos cofradías de la Virgen del Carmen se llevaban muy mal. El impulsor de una de ellas, un ex director de Instituto, reivindicó para su Virgen el título de “La Docente”. Como represalia, los de la competencia reaccionaron llamando a la suya “La Decente”.
Por otro lado, y en la misma línea, Luis Buñuel cuenta, en sus geniales memorias un estupendo recuerdo de su niñez. Resulta que un sacerdote de Zaragoza, durante un sermón en la Basílica, encomiaba apasionadamente las virtudes de la Virgen del Pilar. En el curso del sermón, el párroco habló también de la Virgen de Lourdes, reconociendo, sí, sus grandes méritos, pero indicando que, a su juicio, eran menores que los de la PIlarica. Pero ocurría que en los bancos de la iglesia, nos cuenta Buñuel, estaban sentadas una docena de mujeres francesas que trabajaban como institutrices en otras tantas familias distinguidas de Zaragoza. Indignadas por las palabras del sacerdote, esas damas galas fueron a quejarse al arzobispo y parece que consiguieron que se tomase alguna medida compensatoria para aliviar el conflicto “diplomático” entre vírgenes que el sermón en El Pilar había provocado…¿No es algo así incomprensible, digo yo, si no contamos con el factor localista, rural, identitario para entender esa extraña particularidad de catolicismo que es el culto a la Virgen?


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