Joludi Blog

Oct 1
Pimientos
Como lo que ocurre en este bendito país me importa cada vez menos, me he marchado unos días a Puente La Reina, para asistir a un acontecimiento anual de importancia excepcional al que no suelo faltar. Me refiero a la Feria del Pimiento,...

Pimientos

Como lo que ocurre en este bendito país me importa cada vez menos, me he marchado unos días a Puente La Reina, para asistir a un acontecimiento anual de importancia excepcional al que no suelo faltar. Me refiero a la Feria del Pimiento, cuya cosecha en esos lares ha comenzado hace tan solo dos o tres semanas. Es pura coherencia, porque, insisto, lo que cuentan las noticias me importa ya realmente un pimiento.
Yo me pregunto por qué se utiliza esta expresión que minusvalora de tal manera a la noble solanácea. No conozco explicación convicente. A mí los pimientos me parecen algo valiosísimo. Son un regalo no solo para el paladar sino también para la vista. De hecho, hay quienes sostienen que la palabra pimiento viene de pigmentum, por el maravilloso colorido de esta hortaliza. En realidad no es así. Mucho antes de que los pimientos llegasen a Europa desde América, la pimienta ya se llamaba pimienta (por ejemplo, pigmenta, en provenzal). Y el origen de esta denominación para la apreciada especie, se derivaba simplemente del “pigmentum” que era cualquier mezcla o mejunje de colores y pigmentos utilizado para pintar (de la raíz indoeurepa peg o pek, grabar, dibujar). Entonces, por analogía con el pigmentum de los pintores, las salsas elaboradas con lo que los latinos llamaban piper y los griegos piperi (derivados ambos de una palabra persa), se comenzó a utilizar la palabra pimienta para esa especie, en sus diversas formas romances. Cuando los pimientos llegaron de américa, muchos de ellos tan irresistiblemente picantes y aromáticos como la vieja pimienta de oriente, se les llamó, comprensiblemente, pimientos.
Yo adoro los pimientos en todas sus formas. La ventaja de ir a Puente La Reina a comprarlos es que los asan delante de tí en unos estupendos hornos cilíndricos y te los llevas casi listos para comer. Y puedes elegir entre las delicadas sutilezas de cada variedad: la dulzura del bola, la intensidad del pico, la suavidad del calpisa (que no pica nada), la ternura del piquillo, la exquisitez del cristal o la jugosidad del najerano..
De todos modos, en este viaje, los mejores pimientos que he comido no han sido los de Puente la Reina sino los que he encontrado en una taberna de Alsasua. Se trataba de piparras verdes frescas fritas, sazonadas con sal gorda (piparra o piparrak es el término vasco para la guindilla, derivado obviamente del latín piper, como tantísimas palabras del euskera). Qué crujientes, qué jugosas, que deliciosas. Superan con mucho los pimientos de Padrón.
Mientras las disfrutaba con deleite, me preguntaba una vez más por qué decimos algo tan injusto como lo de que me importa un pimiento. Los pimientos son importantísimos. Mucho más que todos estos rollos de las elecciones, los partidos, la política…


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