Joludi Blog

Nov 12
Last Place Aversion.
Ahora todo el mundo encuentra mil y una razones por la que la mitad de los norteamericanos han entronizado a un payaso multimillonario. La verdad es que siempre es fácil dar muletazos a toro pasado.
Yo también he bajado a ese...

Last Place Aversion.

Ahora todo el mundo encuentra mil y una razones por la que la mitad de los norteamericanos han entronizado a un payaso multimillonario. La verdad es que siempre es fácil dar muletazos a toro pasado.
Yo también he bajado a ese ruedo.
A mí, lo que me ha llamado la atención (debería decir escandalizado) es que la mayoría de los hispanos han votado al tycoon, contra lo que la lógica-y los sondeos-preveían. Lo mismo se puede decir de los trabajadores no especializados…
En general, ha resultado paradójico que en estas elecciones norteamericanas los más débiles y oprimidos hayan votado, contra su propio interés, a un prepotente potentado, que es símbolo y ejemplo de toda desigualdad social.
¿Cómo puede explicarse esta triste paradoja?
Desde una perspectiva marxista, se podría especular sobre la hegemonía ideológica de la clase dominante y la falsa conciencia de las clases dominantes. Pero las características propias de Trump en cuanto “outsider” y su explícito enfrentamiento a los medios y a ciertos poderes fácticos hacen dudosa esta explicación.
También se podría evocar a Thorstein Veblen y su visión sobre la disposición de las clases populares para admirar e imitar a la clase opulenta y su consumo conspicuo.  
Igualmente, podríamos tener en cuenta los factores étnicos que pueden falsear la esperada solidaridad entre las clases populares…
Pero ninguna de estas vías de análisis parece ser suficiente para explicar el fenómeno Trump.
En cambio, tiene perfecto sentido poner sobre la mesa, en estos tiempos de miedo colectivo y horizontes grises, el llamado efecto de “last place aversion”, es decir, el rechazo a ser el último, que han elaborado Kuziemko y Norton.
Según estos investigadores de Princeton y Harvard, las personas no están motivadas tanto por el deseo de “triunfar” como por el ansia de evitar un fracaso completo. Según este modelo, la “utilidad” de los bienes, como concepto microeconómico, no es un valor absoluto, sino relativo. No consideramos, por ejemplo, el tamaño de nuestra casa como un valor absoluto, sino que la comparamos con las de nuestros vecinos próximos. No importa lo grande o pequeña que sea nuestra casa. Lo que importa es que sea algo mas grande, a ser posible, que la de nuestros vecinos. Esto significa que las franjas sociales de más bajos ingresos salariales, votarán contra las políticas de redistribución porque dichas políticas acabarán situándoles a ellos en “el último lugar de la fila”. De igual modo, los inmigrantes regularizados votarán contra quienes quieran dar papeles a los no regularizados porque en ese supuesto, ellos, los regularizados, pasarían a ocupar el último de los escalones, no el penúltimo.
Según los estudios de Kuziemko y Norton, son precisamente los norteamericanos que ganan entre 7,26 y 8,25 dólares la hora (es decir, los que están prácticamente en el salario mínimo), los más susceptibles a oponerse a que el salario mínimo aumente.
Kuziemko y Norton reconocen que además del efecto “last place aversión”, entran en juego otros factores para explicar la tendencia de las clases populares de Estados Unidos a votar en contra de sus intereses reales. Estos investigadores reconocen que los norteamericanos evaluan mal la realidad de la desigualdad, dando por hecho (según lo prueban encuestas minuciosas) que el 20% de los ciudadanos detenta el 59% de la riqueza, cuando en realidad, ese 20% detenta el 80% de la riqueza. De igual modo, Kuziemko y Norton han demostrado que los norteamericanos sobreestiman de forma extraordinaria sus posibilidades reales de movilidad social (el llamado efecto “Horatio Alger” llamado así por esa novelita que habla de un personaje que a base de esfuerzo personal consigue llegar a la opulencia partiendo de la miseria más absoluta).
En fin que si bien Tocqueville veía en el pueblo norteamericano del siglo XIX una “pasión por la igualdad”, ahora se asombraría al comprobar que lo que opera en términos electorales es mas bien el “miedo al último lugar”. Tocqueville decía “le desir d’egalité devient toujours plus insatiable a mesure que l’egalité est plus grande”, es decir, que el deseo de igualdad crece a medida que la igualdad crece. En realidad, el diabólico resultado neto del sistema consumista y materialista en el que vivimos, parece ser el esfuerzo por mantener la desigualdad, de parte precisamente de quienes deberían tener más razones para estimular la redistribución de la riqueza.


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