
Un gran árabe.
Si no me equivoco, hoy sábado 13 de Octubre, los musulmanes celebran el Idu i Fitr, esto es, el fin del Ramadán, la ruptura del largo ayuno.
Me parece una buena excusa para contar aquí un par de anécdotas de un gran árabe y musulman. El rey Ibn Saud, un personaje que sintetiza cómo pocos los valores de esa cultura, de la que podríamos aprender muchas cosas, aunque eso suene ahora tan políticamente incorrecto.
Este rey, fundador de Arabia Saudí, y su primer monarca, era el personaje que interpretaba Alec Guinnes en Lawrence de Arabia.
El rey Ibn Saud era también el juez supremo en su país. E impartía justicia con una proverbial sabiduría.
Un día, una mujer fue recibida en audiencia por el rey. Solicitaba la pena capital para el hombre que había ocasionado la muerte de su marido. El acusado estaba cogiendo dátiles en lo alto de una gran palmera e inesperadamente resbaló y cayó encima de su esposo, ocasionándole lamuerte.
Ibn Saud preguntó a la mujer: “¿fué intencional?, ¿había alguna enemistad entre ambos?”.
La viuda negó ambas cosas, pero, acogiéndose a la ley, exigía la sangre del culpable.
“De qué forma quieres la compensación”, le preguntó el rey a la mujer. Ella insistía en que quería la vida del hombre. Ibn Saud trató de disuadirla. Le indicó que sería mejor una compensación en dinero, que con la muerte del hombre ningún beneficio se derivaría de ello, ni para ella ni para sus hijos…
Pero la mujer se mantenía obstinadamente en su reclamación de la vida del recolector de dátiles. Estaba obsesionada por la sed de venganza. No escuchaba.
Ibn Saud meditó un poco el asunto. Y al cabo de unos minutos dijo “Tienes derecho a exigir la compensación de la sangre que marcan nuestras leyes.
Pero es mi derecho ordenar la forma en la que ha de producirse la muerte."Te ordeno que lleves contigo este hombre y que sea atado junto al pie de la misma gran palmera desde la que él cayó sobre tu marido. Será tu obligaciónlanzarte sobre él desde lo alto de la palmera, una y otra vez, hasta conseguir matarle, dándole así el mismo fin que tuvo tu esposo. Eso será muy justo pues habrás dado muerte al acusado en la misma manera en que él dio muerte a tu marido.”
Hubo una pausa tensa y luego prosiguió el rey “…aunque, desde luego, todavía estás a tiempo de cambiar esta compensación de sangre por otra de tipo económico…”.
La viuda eligió el dinero, por supuesto.
En otra ocasión, Ibn Saud se encontraba en Hofuf, tomando unos baños terapéuticos. Durante las curas, uno de los empleados del balneario le ofreció como presente un hermoso caballo gris. El monarca quedó
impresionado por el regalo y pidió su talonario de cheques para compensar de alguna manera al hombre por tan excelente obsequio. Junto al nombre del donante, escribió la cifra de 300 reales, una suma muy superior al valor del animal. Pero mientras estaba escribiendo, tres pequeños borrones de tinta fluyeron de la pluma y cayeron sobre el cheque. De ese modo, la cifra de 300 se convirtió en 300.000, porque, en árabe, el 0 se escribe como un pequeño punto redondo, no como un círculo. Un asistente le previno al rey del error ocasionado por los borrones de tinta. “Ya he visto que mi pluma ha escrito con claridad 300.000 reales” dijo Ibn Saud, “así que esto es justo lo que le hemos de pagar. Mi mano lo ha escrito. Y no quiero que nadie diga que que mi corazón es más generoso que mi mano.”
A diferencia de muchos de los actuales jeques del mundo árabe, Ibn Saud no era un gran amante de las riquezas. El dinero fluyó en enormes cantidades hacia su reino. Pero él siempre consideró eso como una gran desgracia, más bien que como algo favorable. Estaba convencido de que el dinero en exceso corrompería todos los grandes ideales que él deseaba para su pueblo. Y tenía toda la razón.
Sí, este rey sabio Saud fue el fundador de la Arabia moderna. Y fue un gran hombre. Su memoria es venerada por sus actuales compatriotas. Pero murió amargado, porque veía que su pueblo se deslizaba inexorablemente hacia un mundo donde lo único que cuenta es el poder del petroleo, del dinero, del consumo, de las grandes multinacionales…
Su gran prudencia no fue suficiente para evitar todas estas lacras.
Y es que, a veces, no basta con la sabiduría para evitar el desastre.