
El murciélago.
“Hace muchos, muchos años, cuando aún no había hombres, el mundo era mejor.
Los animales, de todas las especies, vivían en armonía.
No había centrales nucleares, ni gruas, ni autopistas ni antenas de telefonía móvil, ni centros comerciales…
Animales y pájaros se lo pasaban de maravilla disfrutando de la naturaleza.
(sólo animales y pájaros, porque todavía no había moscas ni mosquitos, ni otros insectos que sólo vinieron al mundo algo después, para fastidiar un poco a los humanos, que se lo tienen bien merecido por haber estropeado un sitio tan bonito).
Para celebrar tan buenos tiempos, los animales decidieron organizar una gran fiesta. Y los pájaros otra.
Los animales se reunieron en un gran claro del bosque y montaron una
verbena muy divertida.
Había néctares, y bayas, y frutitas. Y buena música caribeña a cargo de un
grupo de suricatos.
A esa fiesta acudieron todos los animales que vivían sobre el planeta.
Desde los pequeños y laboriosos castores hasta lo osos grandullones y
perezosos.
Cuando la fiesta ya había empezado se acercó un murciélago y quisó entrar.
-No puedes participar en esta fiesta-dijo el vuotafuori impidiéndole la entrada ("vuotafuori” significa “el puerta” en italiano, porque los organizadores de la fiesta parece ser que eran unos topillos de Bérgamo, según me han dicho)
-¿Por qué no?-replicó contrariado el murciélago-¿Acaso no es esta una
fiesta para todos los animales?
-Perche tu non sei un animal. Tu sei un, ¿como se dice uccello?.. un pájaro. Tienes alas. Por eso no puedes-contestó el vuotafuori-Y le cerró la puerta con un seco “a rivederci”.
El pobre murciélago se marchó entristecido, mientras los ecos de una bachata resonaban en la noche.
Entonces nuestro amigo se acordó de que había otra fiesta, la de los pájaros. Y si él era un pájaro, pues, le dejarían entrar en la otra. Qué bien. Nada estaba perdido. Aún podría pasar un buen rato en la fiesta de los alegres pájaros. Después de todo, a quién le importan esos presumidos “animales” que se dan tanta importancia.
Y volando y volando, nuestro amigo murciélago se presentó en lo alto de la montaña, donde los pájaros celebraban su gran fiesta.
Con gran confianza, el murciélago se dirigió a la entrada.
-Una fiesta elegante, eh?-exclamó-menos mal que vengo con traje de noche…¡Diseño italiano!
-Ja Bohl. Muy bonito tu traje. Pero tú no puedes entrar aquí-le dijo el puerta, que era un pingüino muy estirado de origen alemán, ya que los organizadores de esta otra fiesta eran unos albatros que provenían de la zona de Hamburgo, según he sabido más tarde
-¿Por qué no?-protestó el murciélago
-Porque no. Y además de porque no, porque eres un pájaro-le contestó con mucha seriedad el pingüino-tienes alas, ya lo veo, pero los pájaros no tienen pelo ni dientes. Tienen plumas y pico, y tú no…Así que vete. Tu sitio no es este. ¡Auf Wiedersehen!
El murciélago comprendió que no había solución posible. No era un
animal. No era un pájaro. Qué triste situación.
Se marchó cabizbajo y llorando.
Y lloró tanto, tanto, tanto, que para evitar que las lágrimas pusieran
todo perdido, decidió vivir boca abajo. Incluso dormir boca abajo. Así
las lagrimas no resbalarían por su cuerpo. Porque su tristeza era tan
grande que incluso cuando dormía, lloraba.
Y desde entonces hasta hoy, todos los murciélagos viven un poco
separados del mundo. Apenas salen de día. Tienen muy poca vida social.
Van siempre vestidos de fiesta por si alguien se decide por fin a
invitarles. Y no paran de llorar porque, la verdad, casi nunca les
invitan.
Pero como descansan boca abajo, las lágrimas ya no les
molestan mucho.“