Una historia que contar.
Nos cuentan los libros de Historia, con mucho detalle, la muerte de Leon Trotsky en su casa de Mexico a manos de Ramon Mercader, el sicario de Stalin.
Mercader se había infiltrado en la mansión donde vivía Trotsky, tras ganarse la confianza de sus secretarias. Al llegar junto a Trotsky se hizo pasar por un camarada y le pidió que leyese uno de sus textos. Trotsky accedió.
Entonces, mientras Trotsky leía, Mercader se abalanzó sobre él blandiendo un hacha de montañero cuyo asa había sido acortada para facilitar su ocultación. El golpe no fue certero y la víctima se revolvió furiosa contra su vérdugo. Pero la herida en la cabeza era, al fin y al cabo, mortal. Y un sobrecogedor grito agónico de dolor alertó a los guardaespaldas. Estos se precipitaron sobre la estancia y se lanzaron sobre el sicario al unísono. Pero cuando se disponían a acabar con él, el moribundo ilustre impidió que su asesino fuera ejecutado allí mismo.
-¡Deteneos! ¡Este hombre tiene una historia que contar!-gritó Trotsky a sus guardaespaldas.
¡Ah! Como no sentir simpatía hacia el gran hombre, que no deja de sentir interés literario ni siquiera cuándo le están asesinando…
