Joludi Blog

Oct 16
Las flores de Uclés
En un post reciente mencioné la idea según la cual los vencedores de las guerras se apoderan hasta de los muertos. Hay pocas expresiones reales de esta idea tan claras como lo que ocurrió durante muchos años en el Monasterio de...

Las flores de Uclés

En un post reciente mencioné la idea según la cual los vencedores de las guerras se apoderan hasta de los muertos. Hay pocas expresiones reales de esta idea tan claras como lo que ocurrió durante muchos años en el Monasterio de Uclés, un lugar que yo visito con mucha frecuencia cuando voy en coche a Valencia o a Albacete y que ahora está de mucha actualidad por unas ingentes excavaciones que están inhumando los cadáveres de cientos de víctimas de la represión franquista. 382 exactamente a fecha de ayer, según publica 20 minutos.

El Monasterio de Uclés (construido con piedras milenarias la ciudad romana de Segóbriga) fue un espantoso campo de concentración y exterminio en la postguerra.

Junto al Monasterio, en fosas comunes, se fueron arrojando los cuerpos de los infortunados republicanos. La mayoría eran hombres de la comarca. De Barajas de Melo, de Carrascosa del Campo, de Garcinarro, de Castillo de Garcimuñoz…Sus esposas hicieron todo lo posible por visitarlos cuando estaban aún vivos. Pero sólo les era permitido acercarse un poco a las puertas del siniestro edificio. Cuando los maridos de estas mujeres fueron ejecutados, o dejados morir de hambre y frío, ellas intentarón visitar las tumbas. Pero ni siquiera eso les fue permitido. Porque vallaron el cementerio contiguo al Monasterio para hacerlo totalmente inaccesible. Hasta los muertos, sí, pertenecían a los vencedores.

Y entonces aquellas esposas comenzaron una tradición que se extendió durante muchos años. Se acercaban hasta el cementerio y arrojaban ramos de flores por encima de la valla.

Cada vez que voy a Uclés me emociono recordando tantos ramos de flores volando sobre la valla fatal de la injusticia. Me parece un hermoso ejemplo también del poder del amor sobre la muerte.

Y ahora, últimamente, también me alegro de que las viejecitas que todavía tengan a sus maridos allí enterrados, puedan depositar las flores dulcemente, suavemente, sobre el lugar donde reposan sus compañeros. Sin vallas.

A eso le llamo yo memoria histórica.


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