Joludi Blog

Oct 19
El admirable Crichton
Acaba de comenzar a emitirse en una cadena nacional la nueva temporada de la serie “Perdidos”. En esencia, se trata de ver cómo se las arreglan unos paisanos que se ven obligados a repensar y replantear sus propias vidas y sus...

El admirable Crichton

Acaba de comenzar a emitirse en una cadena nacional la nueva temporada de la serie “Perdidos”. En esencia, se trata de ver cómo se las arreglan unos paisanos que se ven obligados a repensar y replantear sus propias vidas y sus relaciones con los demás en una isla. Sin contacto posible con el mundo. Es algo que va en la misma línea que el “reality” Supervivientes y otros muchos subproductos telebasurescos similares.

Esta claro que a la gente le interesa este tipo de planteamientos en los que un grupo de hombres y mujeres se ve obligado a encontrar el camino a la supervivencia en un marco en el que no cuentan para nada las reglas y los recursos que ha otorgado a cada uno la vida en el contexto de la sociedad en la que vive normalmente.

El origen de estas series de televisión, reality shows o incluso obras cinematográficas (por ejemplo el Vuelo del Fénix, que yo vi asombrado cuando no tenía ni 6 años en el Cine Bulevar de Madrid, y que luego he visto de nuevo, en otra versión, con cuarenta años más, pero con el mismo regocijo primigenio), está en un personaje de una obra de teatro en inglés, estrenada en 1902, y escrita por cierto por el autor de Peter Pan que se llamaba El Admirable Crichton.

Esta obra nos mostraba a un grupo de aristócratas británicos que naufragan y se ven obligados a buscar cobijo en una isla y a organizar allí su vida. Va con ellos su discreto mayordomo, Crichton, un hombre que muy pronto se revela como el más inteligente de todo el grupo. Crichton demuestra continuamente su buen criterio y su sentido práctico. Resuelve a la perfección todos los problemas relacionados con la supervivencia del grupo. Y se convierte en el líder natural, super-eficiente, de ese puñado de inútiles que apenas resistirían por si mismos unas semanas en el entorno natural, sin los ingentes recursos disponibles en su vida habitual en Londres.

En los años 60 fue bastante popular una versión cinematográfica de esta pieza teatral. TVE la debió emitir a mediados de la década. Yo tengo un recuerdo borroso de aquellas imágenes, pero se me quedó grabada la idea de que hay un tipo de personas que sería capaz de sobrevivir en las más difíciles circunstancias, allí donde los demás fracasarían estrepitosamente, sin la concurrencia de las ventajas sociales que les han sido adjudicadas en la lotería de la vida.

Yo a esas personas les llamo los “crichton”, y he conocido a unas cuantas, como mis amigos Mark W, Carlos M…incluso mi propio padre creo que también responde en parte a ese modelo crichtoniano.

Es importante aprender a reconocer a los crichton. El crichtonismo creo que es la verdadera medida de la inteligencia, y no lo que miden los tontos test de coeficiente intelectual que no sirven realmente para casi nada.

Por cierto, no puedo terminar el post sin explicar que el primero de todos los Crichton fue…justamente James Crichton, un personaje real del siglo XVI que asombró al mundo por muchas razones y cuya corta pero intensa vida hizo acuñar en inglés justamente la expresión “admirable Crichton”, que es la que sirve de base a la obra de teatro y a la película subsiguiente. Es el personaje retratado en el cuadro que aquí reproduzco.

James Crichton era un escocés nacido en 1560. A los veinte años, hablaba once idiomas. Tocaba numerosos instrumentos. Era experto jugador de cartas. Realizaba prodigios memorísticos. Y su habilidad con el caballo y la espada era asombrosa. En 1577, acudió a recibir cursos en la Universidad de la Sorbona. Allí, algunos compañeros se burlaron de él, poniendo en duda sus hazañas intelectuales. Cuentan que Crichton reaccionó desafiante, declarando que estaba dispuesto a presentarse en examen público para responder sobre cualquier pregunta que le plantearan de “toda ciencia, arte liberal, disciplina o facultad, ya sea práctica o teórica”.


El día señalado, Crichton fue examinado en la universidad desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde, ante buen número de espectadores. Su actuación fue tan brillante que se le apodó para siempre “Crichton el Admirable”.
Durante los dos años siguientes, Crichton sirvió en el ejército francés, donde se labró una reputación de fiero soldado, prodigiosamente hábil en la lucha cuerpo a cuerpo. A punto de cumplir 22 años, inició un ciclo de conferencias por Europa, asombrando en todas partes como conferenciante y hombre de ciencia.

En Venecia, Crichton trabó amistad con sabios humanistas como Giacomo Donati y Lorenzo Massa. En marzo de 1581 le encontramos en Padua, impartiendo una conferencia que duró ¡tres días! (ya vemos dónde se inspiró Fidel Castro), en la que disertó sesudamente sobre los “innumerables errores de los matemáticos aristotélicos”, sobre la “doctrina secreta de los números” y sobre la llamada “Paradoja de Cicerón” (supongo que esto de la Paradoja de Cicerón se referiría a la Paradoja lógica del Cretense, que tiene su origen en un texto de San Pablo y que ha sido estudiada ampliamente por los matemáticos, sobre todo por Russell)

En 1583, Crichton es invitado por el Duque de Mantua (el tío de San Luis Gonzaga), para impartir una de sus elocuentes disertaciones. Esta ciudad italiana albergaba a un muy temido matón protegido inicialmente por el Duque. Se trataba de un tipejo bravucón que desafiaba a quien quisiera retarlo a espada por una apuesta de 500 pistolas (monedas de dos escudos). Aquello era toda una fortuna equivalente a más de 300.000 euros de hoy en día. Para cuando Crichton llegó a la ciudad, el salvaje bravucón ya había acabado con tres oponentes en otros tantos días: al primero le había matado de una estocada en la garganta, al segundo le había abierto el vientre, y al tercero le había atravesado limpiamente el corazón.
El Duque de Mantua estaba consternado por haber brindado protección a semejante carnicero. Y Crichton, al enterarse de la consternación del Duque, se ofreció para luchar contra el matón en presencia de toda la corte de Mantua. El duque dio su consentimiento, se eligieron espadas españolas de gran longitud (espadas roperas, creo que se llamaban) y el inicio del duelo se señaló disparando una bala de cañon de 30 kilos. Ambos hombres combatían en camisa y con los pies descalzos. Puedo imaginar la escena.
Crichton practicó la defensa, mientras el bravucón atacaba y atacaba sin éxito. Los espectadores se daban cuenta de que el italiano se estaba cansando.

Solo cuando el temible italiano comenzó a dar pruebas de agotamiento, Crichton decidió pasar al ataque, alcanzando hábilmente a su oponente en la garganta, en el vientre y en el corazón, de manera que cada golpe de espada imitó una de las fatales estocadas con las que el matón italiano había acabado con sus tres últimas víctimas. Supremo refinamiento del gran Crichton. Y cada una de esas estocadas le llevó al matón más cerca de la muerte. Cuando todo terminó, Crichton le entregó la espada de su adversario al duque y donó el dinero del premio a las tres viudas…Faltaría más.

El Duque de Mantua, asombrado ante el personaje le ofreció una fortuna para que se quedase en Mantua como tutor de su hijo Vincenzo Gonzaga, un chico realmente “difícil”, según afirmaba su padre. Crichton aceptó.


Unas semanas más tarde, Crichton regresaba a palacio de noche cuando fue abordado por un grupo de camorristas embozados. Se defendió con enorme eficacia y logró desarmarles a todos, incluyendo al cabecilla al que obligó a descubrirse y suplicar que le salvara la vida. Era Vicenzo, el hijo del Duque. Crichton quedó consternado y le expresó su pesar al chico, tendiéndole la espada con la empuñadura hacia adelante para ayudarle a incorporarse.

Vincenzo la aferró, y sintiéndose humillado ante su séquito, la hundió en el cuerpo de Crichton.


Así pasó a mejor vida, con tan sólo 23 años, el admirable Crichton, un personaje realmente prodigioso. Una muerte absurda acabó con un gran hombre quizá llamado a misiones extraordinarias, y cuya vida fue truncada por la envidia, tal vez la peor de la plaga que arruinan la vida de los hombres y las sociedades.

Una plaga frente a la que ni siquiera los crichtons pueden protegerse.