
La exportación de la explotación.
Hace unas décadas, las grandes multinacionales norteamericanas descubrieron que podían ahorrar mucho dinerito si llevaban sus centros de atención telefónica a Irlanda. Los salarios de los telefonistas les parecían demasiado altos. Despidieron sin remilgos a decenas de miles de teleoperadores y desviaron las llamadas a enormes call centers de Dublín o de otras localidades Irlandesas.
Al cabo de un tiempo, los salarios de los teleoperadores irlandeses ya empezaban a parecerles demasiado altos a las multinacionales. De nuevo. Y sin tardar mucho, esas multinaciones (HP, IBM, Dell, American Express…) decidieron que había llegado el momento de dar un paso más. Entonces despidieron sin remilgos a decenas de trabajadores irlandeses y trasladaron sus centros de atención a la India.
Allí, en megalópolis como Bangalore, trabajan cientos de miles de teleoperadores que dan servicio, las 24 horas, todos los días del año, a toda clase de líneas de atención al cliente, en todo el mundo.
Pero ahora resulta que han ido demasiado lejos las multinacionales. No porque les parezcan de nuevo demasiado altos los salarios de los teleoperadores hindúes, sino porque sencillamente, con esos salarios y esas condiciones de vida, el sistema no es sostenible. Y lo malo que ahora ya no tienen donde ir a llevarse sus call centers, porque no estoy muy seguro de que los aborígenes australianos estuviesen muy por la labor, y además, me temo mucho que no debe haber mucha infraestructura tecnológico por esos desiertos de Oceanía.
La noticia la he léido en Time. Todo el sistema de outsourcing a la India está en crisis. Porque los trabajadores ya no aguantan más esas jornadas interminables. Ese trabajo insufrible. Esos salarios de estricta subsistencia.
Yo mismo lo pude ver con mis ojos el año pasado, por estas fechas. Los días que pasé en Bangalore me produjeron tristeza e indignación. Aquello me pareció un infierno. Los estudiantes se machacaban literalmente para conseguir buenos expedientes que les permitiesen salir de sus castas y entrar en un call center o una empresa de informática. Si no lo conseguían, muchos de ellos se suicidaban (más de 1.200 suicidios de estudiantes en Bangalore, cada año). Y si lo conseguían, les esperaba una vida laboral absurda, insufrible, imposible de armonizar con su modo de vida y sus creencias religiosas. Todo por unos salarios que apenas les permitirían comprar una pequeña motocicleta y malvivir en los poblados inmensos que rodeaban el centro empresarial de Bangalore.
No me extraña pues lo que leo en Time ahora. Se ha llegado al límite. Y como se descuiden un poco las multinacionales, tendrán que volver a llamar a los cientos de miles de trabajadores despedidos previamente en norteamérica y en Europa. Ojala les pudieran decir que no, colectivamente. Ojala que esos trabajadores cuyas vidas arruinaron las grandes compañías por ahorrar unos céntimos de dolar por llamada, pudieran plantarse como un sólo hombre y sugerir cordialmente a las multinacionales que trasladen sus call centers desierto del Kalahari, para ser atendidas las líneas por monos de la especie bonono, que son amigables y dóciles y seguramente no tienen grandes requerimientos salariales.