Joludi Blog

Dic 10
Solón y Doña Manolita.
Un amigo mío me comenta la tristeza que le produce ver, año tras año, las largas colas para comprar lotería de Navidad en uno de esos lugares en los que se supone que toca más a menudo el gran premio. Esa suposición...

Solón y Doña Manolita.

Un amigo mío me comenta la tristeza que le produce ver, año tras año, las largas colas para comprar lotería de Navidad en uno de esos lugares en los que se supone que toca más a menudo el gran premio. Esa suposición generalizada es muy exacta, dado el gran volumen de ventas que allí se realiza, pero es una suposición que en absoluto justifica la preferencia por ese vendedor de boletos, pues los boletos que se venden en su establecimiento deberían tener idéntica probabilidad de premio que cualquier otro, como es lógico.
No es la falta de lógica lo que me entristece”, me dice, “lo que me entristece es que estas largas colas a la intemperie simbolizan la convicción del ser humano de que la felicidad es cuestión de pura suerte”.
Puede ser, le contesto, pero le indico que la vinculación de la felicidad a la suerte es algo profundamente inscrito en la conciencia del hombre, desde el principio de los tiempos. Recordemos el célebre encuentro entre Creso y Solón, cuando el sabio griego trata de explicarle al ufano rey que solo puede ser feliz quien, como los dos esforzados hermanos Cleobis y Bitón, o el heroico Telos que perece en el campo de batalla, después de haber llevado una existencia de lealtad y cumplimiento de obligaciones morales, cierran los ojos en paz por última vez. Esto es así, le dice Solón al rey, porque hasta el final de la vida la suerte puede cambiar y nadie puede sentirse verdaderamente feliz en ningún momento ante la posibilidad de ese cambio de fortuna.
Hasta el lenguaje nos indica que el hombre ve la felicidad como algo indisolublemente asociado a la suerte o el destino. Nuestra palabra “dicha” tiene relación con los dicta, con los dictados inapelables del Destino. Lo mismo ocurre en inglés, pues la palabra happy está vinculada a un viejo vocablo de esa lengua–“hap”–que  significa suerte (de aquí el término “perhaps”), y que en última instancia se relaciona con el sánscrito kob, que indicaba buen augurio, buen deseo, profecía benéfica…También en francés ocurre lo mismo puesto que el término heureux proviene de una degradación fonética del latín augurium, que a su vez está relacionado con la forma romana de profecía basada en estudiar la forma en la que las aves se trasladaban (aves se gerunt). La felicidad es, etimológicamente, un premio que solo el Destino puede ofrecernos. Y ya sabemos que a veces, la etimología nos da pistas sobre las verdades profundas del alma humana.
Mi amigo escucha mi perorata etimológica y me protesta diciendo que no estamos en tiempos de los Siete Sabios de Grecia ni en la oscura Edad Media, y que, desde la Ilustración, el hombre moderno ya se ha atrevido a proclamar que tiene derecho a conseguir la felicidad, por encima de los avatares de la Fortuna. Me recuerda, en este sentido, aquello que en tiempos de la Declaración de Independencia escribió de su puño y letra Jefferson, esto es, que la búsqueda de la libertad es un derecho inalienable del hombre, y que este derecho es indiscutible (self evident).
Sí. Eso es cierto, le digo. Aunque le corrijo diciendo que Jefferson se limitó a repetir, con eso de la autoevidencia, una idea de Platón en el Eutidemo (”¿Hay alguno que no desee ser dichoso?…¿No es ridícula esa pregunta?”). Y acepto que esa convicción “ilustrada” sobre la conquista de la felicidad es la que está detrás de muchos fenómenos de nuestro tiempo, desde el Estado del Bienestar hasta el boom literario de los libros de autoayuda
Pero, ya estás viendo—continúo—que para lograr la felicidad la gente parece confiar más en la lotería de Doña Manolita que en el Estado Protector. Y en cuanto a los libros de autoayuda, ¿acaso su misma sorprendente abundancia no suscita serias dudas sobre su eficacia?
Por no mencionar, ay, que en las librerías de segunda mano, no hay estantes más nutridos que los que agrupan esos muchos libros que aspiran a hacernos felices, mediante unos cuantos consejos, y que se revenden por diez veces menos de su precio inicial…
Puede que el hombre moderno quiera creer que la felicidad es una cuestión de método. Pero me parece que dentro de ese hombre moderno sigue habiendo un hombre antiguo que todavía piensa que la felicidad es un décimo de lotería comprado en el sitio donde siempre toca.


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