Joludi Blog

Ago 23
El pianista del burdel y la muchacha de grandes ojos verdes.
“No digas a mi madre que estoy en la publicidad, ella cree que soy pianista en un burdel”. Esta es la frase que en 1979 utilizó Jacques Seguela, el creador del fenómeno mediático Mitterand,...

El pianista del burdel y la muchacha de grandes ojos verdes.

“No digas a mi madre que estoy en la publicidad, ella cree que soy pianista en un burdel”. Esta es la frase que en 1979 utilizó Jacques Seguela, el creador del fenómeno mediático Mitterand, como título de su libro sobre publicidad. 
¿Por qué precisamente “pianista en un burdel”? ¿Qué pretendía indicar Seguela al sugerirnos que hacer anuncios podría ser más bajo y vergonzante incluso que tocar el piano en un prostíbulo? 
La idea es sencilla. Ser músico en una casa de lenocinio podría considerarse como el trabajo más tonto e inútil del mundo. Tu tocas todo el rato. Pero no hay absolutamente nadie que te escuche… 
Lo curioso es que ha habido grandes músicos que, eventualmente, tocaron el piano en el burdel. El ejemplo más preclaro es Erik Satie, ese hombre infinitamente creativo y extravagante que se ganó un buen tiempo la vida tocando el piano en los peores cabarets de París. 
Quizá, aquellos años en los que su música y su piano eran tan solo un elemento decorativo más en las casas de mala nota, le dieron la inspiración para sus geniales “Música de Mobiliario” y “Gymnopedias”, obras concebidas precisamente para ser escuchadas tan sólo como sonido de fondo, sin llamar mucho la atención ni distraer demasiado. Son el absoluto antecedente, quizá no deseado, de una de las peores perversiones de la vida moderna, a saber, la música ambiental que sufrimos incesantemente en los centros comerciales y en las esperas al teléfono.
Al dadaísta Satie no le importaba mucho ser pianista en un burdel. Era un hombre sencillo y sumamente solitario. Hacía válida la frase de Nietzsche en el sentido de que la grandeza de un hombre se mide por la cantidad de soledad que es capaz de soportar. Al presentarse solía decir: “me llamo Erik Satie, como todo el mundo.”. Y cuando murió, encontraron en su casa una enorme pobreza. A esa pobreza era a lo que este pianista de burdel llamaba, por lo visto, en clave que solo él entendía, “la muchacha de grandes ojos verdes”. En cuántas ocasiones abandonaba Saite a sus amigos justo cuando estos iban a cenar a un restaurante no muy caro, tan solo porque en su casa le estaba esperando “la muchacha de grandes ojos verdes.