Joludi Blog

Feb 6
Sans Souci.
Caminamos por Sans Souci en una gélida pero soleada mañana de Febrero. Mientras Marta y Mercedes se divierten haciendo acrobacias frente al palacio, Candela me dice que se asombra por la opulencia de estas construcciones y jardines...

Sans Souci.

Caminamos por Sans Souci en una gélida pero soleada mañana de Febrero. Mientras Marta y Mercedes se divierten haciendo acrobacias frente al palacio, Candela me dice que se asombra por la opulencia de estas construcciones y jardines creados por el primer Rey de Prusia;  me dice que este inmenso conjunto le recuerda a Aranjuez o La Granja pero que le parece muchísimo más grandioso e imponente.
Así es, le contesto, y le llamo la atención sobre un hecho paradójico: la Prusia del Gran Elector, que fue el promotor y primer inquilino de los edificios que nos rodean, era a principios del XVIII tan solo un pequeño y remoto país, sin apenas recursos naturales, y brutalmente arrasado (y humilllado) por la terrible Guerra de los Treinta Años. Sin embargo, España, en la misma época, seguía poseyendo un inmenso imperio, colosal en lo territorial y en lo humano, con incontables recursos naturales, si bien envuelto en el conflicto europeo entre Borbones y Austrias, en el que por cierto también participó el Gran Elector que aquí vivía.  
Dicho esto, Candela, a la que llevo dando la tabarra histórica desde que subimos al metro en Alexander Platz, me plantea una pregunta. Ella quiere saber cuál puede ser la verdadera razón por la que este pequeño y remoto país prusiano fue progresando y creciendo continuamente desde la primera década del XVIII, hasta convertirse, en los albores del pasado siglo, en la primera potencia mundial, ya sea en lo cultural, en lo científico o en lo económico. Cómo es posible eso, se pregunta ella, en tanto que España iniciaba por aquellos tiempos, con pocos altibajos, su interminable decadencia, hecha de guerras civiles, de nacionalismos periféricos y de corrupción generalizada.
Nos detenemos en un mirador y, resistiendo el viento helado, le digo a Candela que si yo tuviese que aislar un factor singular para explicar esa paradoja, sería justamente lo último que ella ha mencionado, es decir, la corrupción sistémica. Una corrupción que aún hoy sigue siendo tal vez el primero de los problemas de nuestra sociedad. Una corrupción que acaso se deriva de la incapacidad secular nuestra para dotarnos los españoles de una organización estatal pujante, libre del poder de las viejas castas y estamentos, y con el rigor y la calidad suficiente para garantizar la eficiencia en la vida económica, social y cultural. O sea, justamente lo que los prusianos de aquellos tiempos sí fueron capaces de implantar.
En aquellos años-principios del XVIII- el Estado prusiano ya era particularmente poderoso, pues era propietario de más de la cuarta parte del territorio del país. La mayor parte de esos territorios y recursos económicos (campos, granjas, destilerías, fábricas de ladrillo, molinos…) estaban cedidos en explotación y mediante subasta, a gestores. Estos gestores, los “Beamte”, no eran nobles, sino simples hombres del común, pues su función estaba explícitamente vetada a los aristócratas. Es un detalle crucial que empieza a definir bien las cosas y las diferencias: nunca tuvieron los prusianos la necesidad de pensar en arrebatar los recursos del país a las manos muertas…precisamente porque las manos muertas nunca los poseyeron.
En realidad, en el Brandenburgo y la Pomerania de los Hohenzollern nunca había habido magnates o terratenientes (nobles o eclesiásticos) que como ocurría históricamente en España (pero también en Francia o incluso en Inglaterra) pudieran rivalizar con el poder del soberano. Ni tampoco, paralelamente, habían surgido en Prusia latifundios similares a los de los países del sur de Europa. A finales del siglo XVII, el tamaño medio de las propiedades de los aristócratas prusianos no superaba las 300 hectáreas…Comparemos este dato con las magnitudes de la Casa de Alba, de Medinacelli, de Medina Sidonia, de Orion, o las posesiones de la Iglesia española y las Ordenes Militares. En realidad, aquellos aristócratas prusianos eran todos unos recién llegados sin verdaderas raíces de poder, pues en su mayoría, descendían de segundones enviados por los nobles de la Alemania interior para buscarse la vida en las tierras del Este (de ahí el nombre de “junkers”, que se acabó convirtiendo en sinónimo de “aristócrata de abolengo”, pero que originalmente solo significaba “joven hombre”, “jung herr”, o sea, segundón, cadete, hijo menor sin derecho a propiedad heredada…
En la Prusia que nacía al mismo tiempo que se construían estos soberbios palacios y jardines que ahora recorremos, la relación entre el Rey y los nobles nunca fue de confrontación, como en la triste Castilla de las torres desmochadas, en la Francia de La Fronda o en la Inglaterra de la “Gloriosa”). Esa ausencia de confrontación fue una de las claves que permitieron la emergencia en Prusia de un Estado ya virtualmente moderno nada menos que a finales del XVII. Un Estado gestionado por funcionarios cuyos puestos no eran hereditarios y no resultaban asignados como prebendas o sinecuras para el influyente de turno, tal como ocurría por estos lares hasta, sino que se conquistaban tras denodada oposición. En 1727, con asombrosa anticipación, el Rey de Prusia ya tuvo la iniciativa de ordenar el establecimiento de cátedras de gestión pública en las Universidades de Frankfurt an der Oder y de Halle, especificando que su misión principal no era sino la formación de probos funcionarios y oficiales del Estado…En parte gracias a esas instituciones, Prusia se dotó, en tan temprana época, de una administración pública eficiente. Una administración caracterizada por la diversidad de origen social de los funcionarios, la meritocracia, la no venalidad, los salarios fijos y bien definidos, la jerarquía, la formación académica y el nombramiento de los puestos por parte de las legítimas autoridades.
Sin duda no quedaba en Prusia extinguido el el nepotismo, la obstrucción y la incompetencia que han contaminado el empleo público en todo tiempo y lugar, pero es evidente que los tres primeros reyes de Prusia acertaron a crear un sistema administrativo más eficiente que el de cualquiera de las monarquías de su tiempo. Y particularmente más eficiente que lo que teníamos en España…
Un Estado eficiente, libre de toda servidumbre frente a los poderes eclesiásticos o nobiliarios, es lo que no fuimos capaces los españoles de conseguir hasta, tal vez, nuestros días. Y sin un Estado mínimamente eficiente, es imposible el progreso económico y social, triunfa la corrupción, se enquista el amiguismo como una infección crónica, y surge la desconfianza sistemática hacia los poderes públicos,  mientras emergen sin descanso las fuerzas centrífugas, y nacen por todas partes los deseos de segregación.
Esto es todo lo que puedo decirle a Candela en respuesta a su endiablada pregunta. Podría seguir, pero hace ya mucho frío y deseamos ya todos dejar Sans Souci y volver a alguna de las cafeterías de las bonitas calles de Potsdam para animarnos con unos buenos vasos de reconfortante Glühwein.


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