
Ya formidable y espantoso suena…
Constato ahora que en mi post de ayer cometí un importante error. Me he dado cuenta al leer la noticia sobre el nuevo misil ruso que Putin presenta como invencible y desequilibrador, y al que los rusos han bautizado como Сармат (Sarmat).
Me explico.
Mencioné ayer, para justificar el arraigo de esa apocalíptica expresión que se ha usado para denominar el temporal de hielo, “Bestia del Este”, las amenazas que a lo largo de la Historia ha sentido o creído sentir la llamada “civilización occidental” (uso la comillas recordando la respuesta de Gandhi a aquel entrevistador que le preguntaba su opiníón sobre la civilización occidental, “estaria bien”, contestaba Gandhi).
Entre esas amenazas mencioné a los Hunos, a los Tártaros, a los Mongoles, a los Otomanos…
Pero olvidé a la primera de esas “bestias” del Este. A la que tal vez sea la madre de todas las “bestias” del Este, esto es al pueblo sármata.
Allá por el siglo III a.c., el pueblo sármata, de origen iranio y asentado inicialmente entre el Don y los Urales, decidió avanzar con enorme pujanza militar hacia Occidente, hasta la frontera del Imperio Romano. Fueron sin duda la primera “bestia del Este” y se convirtieron en la pesadilla permanente de las legiones romanas en las orillas del Danubio.
Al comienzo de nuestra era, los sármatas ya habían conquistado enormes territorios que abarcaban desde el Mar Negro al Báltico. Solo detuvo a estos aguerridos y expansionistas sármatas. de los que Heródoto, Estrabón o Polibio nos fueron informando en detalle, la entrada en la Historia de los godos, en Crimea y de los vándalos y los hunos en las fronteras imperiales.
Los rusos de hoy se quieren sentir de algún modo herederos de aquelos sármatas “arios”. Y se enorgullecen de algo que hizo excepcional a este pueblo de guerreros: su dominio de la tecnología militar.
En efecto, los sármatas fueron los creadores o divulgadores de las armaduras de escamas, de las espadas con pomo en anillo y de las lanzas largas que luego adoptaron los legionarios de Roma. También fueron pioneros en crear una especie de divisiones acorazadas avant la lettre constituidas por lanceros que montaban los caballos acorazados a los que se denominaba catafractos y cuyo uso perfeccionaron los ejércitos partos que un día humillaron a Roma.
Por este carácter de los sármatas como antepasados “de elección” de los rusos, y por su fama como expertísimos ingenieros militares, se explica perfectamente la denominación elegida para el misill Sarmat. Y es una denominación que contiene, si lo miras bien, una clave que da luz sobre la nueva locura expansionista de la Rusia actual, su militarismo y su afán por recobrar el orgullo y liderazgo de los tiempos de los zares o los soviets.
Por cierto, cambiando de continente, ayer también fue el día en el que se publicó la noticia sobre una secta religiosa de majaderos que rinde culto a las armas y realizan ceremonias y ritos acudiendo a sus templos con fusiles subautomáticos (descargados). Esto ocurre en Norteamérica, claro.
Ocurre que ambas noticias de ayer, las del Sarmat y la de la secta (que lleva el sarcástico nombre de Iglesia de la Paz), nos evocan lo que decía René Girard respecto a la primacía del deseo de violencia en la especie humana y su tendencia cíclica a la autodestrucción, en una especie de escalada ritual que ahora puede llegar a su culminación con la mutua destrucción mediante las armas nucleares. Ambas noticias, la del misil y la de la secta armada, evocan lo que Girard veía en la escalada armamentística, es decir, el eco de lo sagrado y de las raíces últimas violentas del hombre. Un eco que se manifiesta en el culto a los utensilios bélicos y en la propensión a la guerra sacrifical. La gente teme a las armas pero a la vez las ama y admira. Las armas resultan “formidables”, en el doble sentido del adjetivo. Son formidables porque generan a la vez que asombro, miedo (formidare, temer en latín, derivado por metátesis recíproca del griego μορφώ, que significa forma espectral, fantasma). Por cierto que también en inglés se produce esta ambivalencia del adjetivo; pensemos en vocablos como “terrific” o “awesome”).
Sí. Formidable es el avance tecnológico del Sarmat. Y formidable, en el peor de los sentidos, es el absurdo culto que se rinde a las armas. “Formidable y espantoso”, tal como calificaba Quevedo al “último latido que suena dentro del corazón el postrer día, y la última hora, negra y fría…”