
Himnos.
Marta me ha preguntado mi opinión sobre la letra del himno nacional que ha compuesto recientemente cierta cantante homónima. Yo la he oído, quién no.
Es un enfoque basado en la nostalgia y la emoción del terruño que a mí me parece benevolente y efectivo. Incluso astuto.
Pero es que a mí no me gustan mucho los himnos. Cada vez que, como ha ocurrido a menudo estos días, yo escucho un himno, me alarmo. Esto ya lo he explicado anteriormente.
Tengo dicho que cuando un himno nacional suena, la razón calla.
Y es que puede que esa sea la esencia misma de los himnos: silenciar la razón mientras retumba el cántico.
Lo malo es que esa emoción que provocan los himnos suele estar teñida casi siempre de belicismo y de matices hegemónicos.
Del mismo modo que el nacionalismo solo se activa cuando existe un enemigo exterior, el himno nacional solo tiene sentido en su condición de manifiesto coral y agresivo frente al malvado enemigo.
“Que la sangre impura fertilice nuestros surcos”, dice la Marsellesa (y se entiende que se trata de la sangre impura del enemigo, por supuesto). “Dispersa a nuestros adversarios y haz que se hundan”, dice el God Save The Queen (y en su versión original del XVIII se solicitaba asimismo que la divinidad aplastase a los rebeldes escoceses: “rebellious Scots tu crush”). El Star-Spangled Banner, escrito por un miserable esclavista, se congratula de que la sangre de los ingleses haya limpiado la contaminación de sus sucios pasos. El Segadors nos invita a dar un buen golpe de hoz en las carnes de “esa gente”…Y en cuanto al Deutschlandlied, ya sabemos que demanda la primacía alemana sobre todo o sobre todos…
No hay más remedio que reconocerlo. Cuando se cantan los himnos, en grandes grupos y con la mayor solemnidad, los corazones se inflaman y, consecuentemente, el sentido común entra en un estado de, digamos, catatonia.
Así que todo himno lo es en la medida en que saca de quicio a los que lo cantan y los remueve de sus casillas mentales habituales. Un himno es himno por su capacidad para provocar un estallido de emoción y movilizar a los que lo cantan.
Y es que emoción es etimológicamente salir de uno mismo, moverse, (viene de ex movere)…Es palabra moderna, acuñada precisamente en el siglo del nacionalismo, el XIX, y es el vocablo que se relaciona con el mas castizo transporter del francés, que tenía también la acepción de conmoverse, de salir fuera de sí. En la misma letra de La Marsellesa encontramos este curioso sentido movilizador del francés transporter; “quels transports il doit exciter!”, dice uno de los versos, “qué emociones deberíamos sentir…”.
El nacimiento de la palabra emoción tuvo lugar en una conferencia impartida en un lugar tan imbuido de nacionalismo como Edimburgo por el filósofo escocésThomas Brown. Este pionero de la psicología respondía con el concepto de emotion a la necesidad de explicar ciertos fenómenos o movimientos corporales que no parecían tener su origen en un acto reflexivo vinculado al “alma”, por ejemplo, el temblor ante una amenaza, el rechinar de los dientes, el surgimiento de las lágrimas, la anisocoria de las pupilas…
Cuando se escucha un himno, a uno le dan ganas de ponerse en marcha y cargar con la bayoneta, si se me permite la hipérbole. Es como lo que nos decía Woody Allen respecto a la música de Wagner, que, oyéndola, le entran a uno ganas de de lanzarse a la conquista de Polonia…
-Pero, ¿y tú qué piensas de que el himno español no tenga letra?
Pues mira, a mí me parece bastante bien, porque sin letra que puedan oir y cantar las masas a coro, un himno pierde muchísimo de ese potencial emotivo que a mí tanto me inquieta. Se queda en una bonita e inocua melodía.
En realidad, la esencia misma de un himno y su potencial emotivo es la letra. La palabra himno proviene, casi con toda seguridad del una forma derivada (idno) del verbo griego ἀείδω, celebrar cantando. O sea, que si no hay canto coral celebrativo, no tenemos verdadero himno. Esto también lo confirma el hecho de que los británicos usan, para himno, la palabra anthem, que viene de antiphona y significa etimológicamente, como saben bien los que van a misa, la respuesta coral que los feligreses realizan tras escuchar las palabras del oficiante.
Es decir, estamos en las mismas: sin coro no hay ni himno ni inno ni hymne ni anthem ni landlied que valga.
Por lo tanto, yo no estoy a favor de que se busque una letra para esa vieja marcha que para mí, lo siento mucho, aún sigue teniendo ciertas connotaciones franquistas (es una marcha militar basada por cierto en una melodía andalusí compuesta por Abu Bakr Muhammad ibn Yahya ibn al-Sa'ig ibn Bayyah, más conocido como Avempacem, tal como se explica sabiamente en otro lugar de la red más autorizado que este). Al contrario. Yo lo que estoy es muy a favor de que se supriman las letas de todos los himnos. Vaste programme, ciertamente, como diría De Gaulle.
Como ya he sugerido en alguna otra ocasión, la música debería bastar y sobrar. Así rebajaríamos el furor emotivo de los himnos, y sus riesgos. Pero si esto no es viable, podríamos promover temas cantados más benéficos e inocentes, sin tener que renunciar por ello al couleur locale. Por ejemplo, como alternativa al Fratelli d’Italia yo propondría el Volare, que popularizó el llorado Modugno. ¿Nos imaginamos a los integrantes de la azurra cantándolo? La cámara va pasando por la fila de jugadores en formación, mientras ellos cantan, con la mirada elevada y el pecho enhiesto, eso tan lírico sobre el hombre que sueña con pintarse de azul para confundirse con el cielo y volar feliz mientras el mundo va desapareciendo ahí abajo…¿Visualizamos a los jugadores de la selección alemana cantando en medio del estadio el benevolente Willkommen de Cabaret? ¿Y qué tal los jugadores belgas entonando con mucho sentimiento y la mano en el pecho el Ne Me Quitte Pas de Brel? ¿O los británicos interpretando firmes y en larghissimo a los Rolling? ¡Sa-tis-fac-tiooooon…!
Qué duda cabe, en fin, que para el himno español podría valer esta reciente propuesta de Marta Sánchez, que a mí, no se por qué, me evoca la nostalgia que uno siente respecto a la tortillas de patata estilo Betanzos y al pulpo a feira cuando estás perdido por ahí fuera. También me hace pensar en las películas de los emigrantes españoles en Europa, tipo Vente pa España Pepe o Un Franco 25 Pesetas…
Pero lo mismo podría funcionar el Torito Guapo de El Fary, por más que se trate de una letra con componentes indudablemente machistas.
O incluso se podría proponer también Mi Carro de Manolo Escobar. Pero puede que resulte políticamente incorrecto que nuestro himno patrio gire en torno al hurto de un vehículo cargado a lo que parece de intensos valores sentimentales para su infeliz propietario…O el De España Vengo, si bien la referencia al “acento gitano de mi canción” o al origen judío del niño que da título a la zarzuela podría ocasionar debate de tipo étnico.
En fin, puede haber muchas otras opciones; tenemos un gran margen de elección si lo que buscamos es algo con raíces. Y claro está, siempre podemos echar mano del Asturias Patria Querida, en justo y debido homenaje al punto de partida de la Reconquista…Tal vez sea lo mejor.