Joludi Blog

Mar 9
La escocesa Williamina y las Computadoras de Harvard
Estos días que estoy pasando en Edimburgo, pienso a menudo en que esta ciudad no demasiado grande ha sido durante los últimos siglos una especie de nueva Atenas, por la gran cantidad de personas de...

La escocesa Williamina y las Computadoras de Harvard

Estos días que estoy pasando en Edimburgo, pienso a menudo en que esta ciudad no demasiado grande ha sido durante los últimos siglos una especie de nueva Atenas, por la gran cantidad de personas de talento que ha producido. Hasta se parece Edimburgo a Atenas por esa situación relativa entre el principal nucleo urbano y el puerto de Leith, no muy diferente de la distancia entre la Acrópolis y El Pireo.
Sería inútil detallar la lista de scots (la mayoría de ellos residentes o nacidos aquí) a los que debemos significativos avances en la ciencia o a la cultura. Habría que mencionar a  Napier, a Hume, a Boswell, a Adam Smith, a Stevenson, a James Watt, a Walter Scott, a Robert Brown, a Maxwell, a Conan Doyle, a Kelvin, a Bell, a Fleming…Sería tedioso detallar hasta que punto todos esos escoceses ilustres han influido en la ciencia y en vida cotidiana, desde la maquinaria a la telefonía, desde el electromagnetismo a los antibióticos, pasando por los fundamentos de la ciencia empírica o el pensamiento económico.
Pero hay dos de esos scots que no son muy conocidos, que no fueron recompensados por su contribución y que sin embargo merecen ser recordados. Uno de ellos el responsable del invento que quizá más utilicemos en nuestra vida cotidiana. Un invento que tú, yo y varios miles de millones de personas más utilizamos varias veces al día. Se trata del PIN, es decir, el identificador de cuatro números que usamos en los móviles o en los cajeros automáticos. Fue concebido por el escocés James Goodfellow, en 1966, el mismo personaje al que también debemos la idea de los cajeros automáticos, que él desarrolló y patentó por primera vez en 1960. Curiosamente, Goodfellow no consiguió gran cosa por sus dos inventos, pese a su enorme impacto en la vida cotidiana de todos los habitantes de este planeta.
Otro personaje escocés injustamente olvidado o recompensado es Williamina Fleming (sin relación con el descubridor de la penicilina). Está muy bien hablar de ella hoy, que es el lendemain de la formidable manifestación feminista en España.
Williamina Fleming, nació en Escocia en 1857, y se empeñó nada menos que en ser astrónoma. No era un propósito fácil en esos tiempos, así que empezó por emigrar a Boston y conseguir trabajo como doncella en la mansión de un célebre astrónomo, el Director del Observatorio de Harvard, profesor Edward Pickering.
Al parecer, Pickering no estaba muy feliz con sus ayudantes masculinos en el Observatorio. Y cierto día les dijo que su labor la haría mejor su propia doméstica. Dicho y hecho. Pickering despidió a sus colaboradores y reclutó a Williamina y a otras mujeres como asistentes. Utilizó para ello fondos de una fundación y consiguió que el grupo recién reclutado y encabezado por Williamina realizase verdaderas proezas científicas, incluyendo la muy laboriosa clasificación por espectro de diez mil estrellas: un catálogo que aún hoy sigue siendo básico en la Astronomía contemporánea. Williamina también merece el crédito de haber descubierto y fotografiado ella personalmente la fascinante nebulosa Cabeza de Caballo, en la constelación de Orión.
¿Hemos de dar crédito a Pickering por su confianza en la escocesa Williamina y en aquellas brillantes mujeres que fueron conocidas, un tanto jocosamente, como las “Computadoras de Harvard”? Tal vez. Pero es conveniente subrayar que esas mujeres científicas recibían de Pickering un salario de menos de 50 centavos a la hora. Poco más de lo que ganaba por entonces una doméstica. Y esto también es oportuno recordarlo en estos días.