
Dinero y Salud.
Me llama por teléfono una amable televendedora para ofrecerme un alta en un elitista centro de fitness buenísimo…y carísimo. Naturalmente declino con no menos amabilidad la oferta y le explico a mi interlocutora que para mí no hay mejor gimnasio que los senderos de la montaña por los que uno puede pasear o pedalear de maravilla (yo escribo esto justo después de subir y bajar de Navacerrada en una gloriosa mañana que anuncia una fastuosa primavera).
Además, el precio de ese centro tan estupendo que se me ofrece (pese a la oferta promocional vigente, a la que por alguna razón que ignoro, yo tengo pleno derecho) me parece astronómico, ¿de verdad hay que pagar esa fortuna para encerrarse en una sala asfixiante y llena de gérmenes para mover compulsivamente no se qué máquinas del infierno, cual carrera de la rata? Me resulta sorprendente que alguien lo haga. Pero así es. Supongo que aquello estará lleno de ejecutivos más bien maduros, soñando con recuperar algo de la forma física perdida tras años encerrados en despachos y salas de reuniones, y al mismo tiempo hacer algo de “networking”…
En realidad, lo que da que pensar es que nos pasemos media vida cambiando salud por dinero y la otra mediavida intentando cambiar dinero por salud.