
La aceituna y el corredor de la muerte.
Hablamos sobre la pena de muerte, ahora que el tema parece ser de actualidad, por el terrible crimen de Almería y por la noticia sobre el nuevo sistema para asfixiar con nitrógeno a los condenados que al parecer han implantado en las cárceles de Oklahoma.
¿Cuál sería tu último deseo si estuvieses a punto de afrontar un pelotón de fusilamiento? Me pregunta, Marta.
Pediría un chaleco antibalas, obviamente…
¿Y alternativamente?
Una buena cena.
En realidad, esto último es lo que ofrecen en las cárceles norteamericanas a los condenados a morir. Una cena a la carta para despedirse del mundo…
Pero, ay, resulta que ese banquete final también tiene restricciones (hasta el final de la existencia uno comprueba que todo en la vida tiene restricciones).
Esa comida de los morituri de las cárceles usa no puede costar más de 40 dólares en total, postre y bebida incluidos. Y debe ser adquirida en establecimientos locales…
Contando con esa restricción, McVeigh, el famoso “Oklahoma bomber”, se pidió tan solo dos tazones de helado antes de morir. John Wayne Gacy, el asesino en serie con 33 víctimas en su haber, exigió que le trajesen un cubo de Kentucky Fried Chicken (fascinante, porque Gacy había trabajado en uno de esos restaurantes).
Podríamos citar más casos de últimos deseos gastronómicos curiosos de los que salieron del corredor de la muerte por la peor de las puertas.
Pero ninguno como el de Victor Feguer, el asesino de un médico en Iowa cuyo indulto, pedido por el Gobernador del Estado, fue denegado precisamente por Kennedy.
Feguer pidió como última cena, quizá como sarcasmo capital frente a las restricciones presupuestarias de la pena capital, una aceituna.
Una aceituna con hueso, precisó.