Joludi Blog

Mar 20
Prisión Permanente.
No intentes explicar a nadie por qué la pena de “prisión permanente revisable” es un atropello a los derechos humanos. No lo intentes. Porque por muchos argumentos que aportes siempre te acabarán diciendo lo mismo: a) no me...

Prisión Permanente.

No intentes explicar a nadie por qué la pena de “prisión permanente revisable” es un atropello a los derechos humanos. No lo intentes. Porque por muchos argumentos que aportes siempre te acabarán diciendo lo mismo: a) no me niegues que hay personas que nunca se reformarán y b) tú hablas así porque a tí no te ha pasado, pero si te pasase, seguro que cambiarías de opinión.
Frente a a) y b), que en realidad no tienen ningún valor como argumento o análisis, de nada sirve lo que tu puedas alegar.
Pero la realidad es que esa vigente “prisión permanente revisable”, derivada de la modificación del Código Penal por la Ley 1/2015, es injusta e inconstitucional. Con esta normativa penal, se sitúa al penado ante un horizonte de libertad de inhumana lejanía (hasta 35 años) y, lo que es peor, un horizonte totalmente incierto, sin que su comportamiento objetivo como penado pueda tener ninguna relevancia en la decisión sobre su libertad.  El penado nunca sabrá qué momento recobrará su libertad, si acaso la recupera alguna vez; quedará encarcelado sin límite fijo, apenas con la sombra de una esperanza. Solo podrá aspirar a que se cumpla la condición de que un tribunal pueda o quiera apreciar, libérrimamente, su “reinserción social” (concepto jurídico manifiestamente indeterminado), para lo cual no existirán formas claras de objetivación. Y todo ello equivaldrá a impregnar de absoluta arbitrariedad, imprecisión y discrecionalidad la aplicación de los castigos al delincuente, algo que choca de plano contra los verdaderos principios del derecho penal.
Ese conglomerado de incertidumbre, arbitrariedad, imprecisión e indeterminación, representa un atentado al principio de legalidad y al principio de seguridad jurídica, ambos verdaderos pilares de nuestro sistema jurídico y constitucional. Los castigos por los delitos deben estar estrictamente relacionados con las normas y tipos penales y no depender de que uno o varios jueces consideren o no, de forma no objetivable, que un penado deba o no morir en la prisión.
Pero los argumentos no suelen servir de mucho frente a las emociones. Este debate en torno a la prisión permanente es simplemente una prueba más de esa inutilidad. Millones de ciudadanos apoyarán sin paliativos la permanencia de esta norma, y afirmarán, además, que ese apoyo no tiene fundamento en un sentido de venganza sino más bien en una legítima aspiración por proteger a la sociedad de los criminales incorregibles…¿Cómo no apoyar a esas masas enfervorecidas por la perpetuidad de la pena? ¿Cómo ser tan torpe o imprudente de querer que salgan a la calle los peores criminales?
Pero es difícil no pensar que en todo este movimiento social a favor de esta cadena perpetua encubierta no exista al menos algún elemento de desquite o revancha frente al odiado asesino, lo que también sería contrario a la justicia y a nuestra constitución (e incluso a los mismísimos valores cristianos). En relación con esto, a mí me viene a la cabeza la famosa foto de la última ejecución abierta al público en general (y no solo a los “interesados”) en los Estados Unidos. Fue en 1936, en Kentucky. El condenado era Rainy Bethea, ciudadano de color, lógicamente. Bethea se había criado en un orfanato y a lo largo de su vida fue encarcelado repetidamente por pequeños delitos (robos de bolsos, ebriedad, desordenes…). En la madrugada del 7 de Junio de 1936, entró en la casa de Lischia Edwards. Ella se despertó, y Bethea la asfixió y la violó, para salir huyendo seguidamente con alguna de las joyas de la víctima en el bolsillo. Tras un rápido juicio, por cierto lleno de irregularidades procesales, el asesino fue condenado a una ejecución pública en la horca.
¿Cuántos ciudadanos acudieron a presenciar aquella última ejecución publica en USA?
Deberían no ser muchos los espectadores de tan triste espectáculo, si la satisfacción de la venganza no estuviese presente en la promoción de la pena capital. O muchos, en caso contrario.
El hecho cierto aquel ahorcamiento de Rainy Bethea, convocó a más de 30.000 ávidos espectadores.
Frente a las pasiones y a la demagogia, la razón no tiene muchas escapatorias;  por lo general, la racionalidad, está en prisión permanente. Sin posible revisión.


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