Joludi Blog

Mar 31
Quién soy yo para juzgar.
Hoy, Sábado Santo, es el día en el que estrenan, tradicionalmente, las obras teatrales. Quizá esto tiene relación con el hecho de que las procesiones de Semana Santa, punto culminante del año cristiano, son, en esencia,...

Quién soy yo para juzgar.

Hoy, Sábado Santo, es el día en el que estrenan, tradicionalmente, las obras teatrales. Quizá esto tiene relación con el hecho de que las procesiones de Semana Santa, punto culminante del año cristiano, son, en esencia, magnos eventos teatrales.
Esto tiene mucho sentido, porque la religión nace como teatro.
El misterio de lo religioso es un misterio dramático antes que nada.
Misterio significaba originariamente drama teatral religioso (y secreto). Eso es lo que eran los misterios eleusinos de los antiguos griegos: dramas sagrados conmovedores de los que no se podía dar cuenta a nadie; había que vivirlos. Aún se sigue, en nuestros días, usando la palabra misterio para referirse a obras de teatro sagrado que se escenifican cada año, como es el caso del Misterio de Elche. Y también, durante la Misa católica, el sacerdote se refiere a la “celebración de los sagrados misterios”, que es otra forma de indicar que la obra dramática está a punto de comenzar…
Como toda obra teatral, la Semana Santa tiene su elenco de actores, representados por las tallas e imágenes del Nazareno, la Virgen, los Apóstoles, Pilatos…
Este último, el gobernador romano (o procurador, según Tito Livio) de Judea, a mí me parece el más fascinante  de los personajes que estos días salen por las calles.
Porque, en realidad, Pilatos es el carácter humano mejor dibujado y más teatralmente definido de toda la narración evangélica. Gracias al relato de los cuatro evangelistas, a Pilatos lo vemos como un verdadero personaje teatral, con muchos más matices y rasgos psicológicos que ninguna otra figura del Nuevo Testamento.
En cierto modo, quizá a eso se refería Nietzsche cuando, en el Anticristo, decía que Pilatos era el único personaje de los Evangelios que le merecía respeto…En Pilatos y en torno a él, está todo, como le decía Lavater a Goethe en una carta: el cielo, la tierra, el infierno, la virtud, el vicio, la sabiduría, la locura, el destino, la libertad, en el se simboliza todo…
Y quizá su carácter de símbolo universal justifica que Pilatos sea el único nombre (además del de Cristo y la Virgen María) que se menciona en el Credo (es decir, en el Symbolon) de Constantinopla, que sustituye y amplia al de Nicea.
Cabe preguntarse por qué ese Pilatos tiene un papel tan prominente entre todas las dramatis personae del drama evangélico, más allá del sentido funcional obvio que tiene la mención del gobernador en el Credo como elemento para apuntalar la historicidad del relato bíblico que el Credo sintetiza.
Posiblemente, la clave haya que buscarla en el sentido originario del cristianismo primitivo, que era ante todo una aspiración a superar, con un orden nuevo, el orden juridico universal vigente del Imperio Romano. Siendo esto así, resultaba necesario contraponer la figura del gobernador romano a la figura del Redentor. Y resultaba necesario hacerlo en la forma de un verdadero proceso judicial, que es justo lo que los evangelistas, con todo despliegue de detalles, nos narran como sucedido en las seis interminables horas que van desde la entrega de Jesús a Pilatos y su devolución a los Judíos. Es un proceso judicial profundamente conflictivo y problemático, como no podía ser de otro modo. El juez (Pilatos) actúa en no pocos momentos como un enjuiciado y no como un juzgador. Comienza resistiéndose a admitir a trámite la querella. Y una vez admitida, se resiste a dictar la sentencia capital (intenta que baste la flagelación). Y, forzado a dictar sentencia capital, elude su ejecución y se lava las manos, limitándose a entregar al condenado a los judíos (en un giro muy poco creíble de la narración evangélica, pues no es concebible que un magistrado romano actúe de tal modo con un procesado).
Pilatos, no habiendo encontrado culpa en el acusado, debería haber emitido, conforme al derecho penal romano, un veredicto de inocencia (absolvo) o bien podía haber solicitado una ampliación de la instrucción a fin de determinar la posible culpa (non liquet, no está claro, amplius est cognoscendum, hay que disponer de más datos). Pero no hace nada de eso, se limita a la traditio, a entregar” (paredoken en el texto original) al acusado.
En este proceso viciado, imposible y no concluido, está tal vez el mensaje profundo que los evangelistas aspiran a transmitir, esto es, la caducidad (imposibilidad) del orden jurídico universal vigente y la llegada de un momento histórico en el que dicho orden debe ser superado por otro no menos universal, pero mejor.
La figura de Pilatos y la extensa narración evangélica en torno a él es pues una verdadera obra de teatro cuya tesis última es la imposibilidad de juzgar conforme a las leyes humanas. Con Pilatos, la misma idea de juicio entra en profunda crisis (krisis es por cierto el término griego para definir el acto de juzgar).
Así que el relato evangélico que se dramatiza en las calles durante estos días de Semana Santa, refleja en esencia, la aspiración a sustituir el Reino de este mundo, hecho de jueces y enjuiciados, por otro Reino que no es de este, en el que nadie podrá juzgar a nadie.
Cabe plantearse hasta qué punto esa aspiración de un mundo sin juicios ha sido conseguida por el fenómeno del cristianismo, más allá de aquella sorprendente declaración de Bergoglio cuando dijo eso tan profundamente cristiano (y tan criticado por los ultraortodoxos católicos) de “quién soy yo para juzgarlo”.  


  1. infinismundi ha dicho: Acabada la funcion el personal se va a su casa, se come una torrija y a seguir con sus cosas. La religiosidad patria es admirable: ha inventado un concepto profundamente espaƱol, el catolicismo no practicante. Como en tantas cosas nos quedamos con la espumita…
  2. joludi ha publicado esto