Joludi Blog

Ago 13
El Karma.
Turquía sufre un terrible ataque monetario. La lira turca se derrumba por momentos.
Alguien, que sabía lo que iba a pasar, acaso por provocarlo él mismo, debe estar ganando muchísimo dinero…
En fin, el caso es que, en realidad, la moneda...

El Karma.

Turquía sufre un terrible ataque monetario. La lira turca se derrumba por momentos. 

Alguien, que sabía lo que iba a pasar, acaso por provocarlo él mismo, debe estar ganando muchísimo dinero…

En fin, el caso es que, en realidad, la moneda turca lleva siglos sufriendo ataques occidentales. Mucho antes de que el matón de la Casa Blanca decidiese recurrir al arsenal de los aranceles.

Y esos ataques han sido tan solo una manifestación más del interminable enfrentamiento entre Oriente y Occidente, esa perpetua enemistad que comenzó en el nebuloso espacio de los mitos, con el rapto de la hija del rey de Chipre por parte de Zeus y que ha proseguido siglo tras siglo: las Guerras Médicas, Alejandro, las Guerras Párticas, los Hunos, las Guerras Sasánidas, los Califatos, Las Cruzadas, los Tártaros, la Reconquista, el Imperio Otomano, la Liga Santa, la Guerra Ruso-Turca, la Guerra de la Independencia Griega, la Guerra de los Balcanes, la Reconquista de Chipre, Gallipolis, la derrota turca en la guerra del 14 y, en fin, ay, el yihadismo Islámico…

Pero, volviendo al tema de los ataques monetarios contra la moneda turca, es interesante señalar que son, en sí mismos, una obstinada constante de la Historia, lo cual no deja de ser irónico porque fue precisamente en tierras de la actual Turquía donde nació en el siglo VII a.c, según nos cuenta Herodoto, ese invento divino o diabólico que es la moneda.

Un prestigioso historiador cuyo nombre no recuerdo ahora (tal vez Alessandro Barbero), señaló que los ataques contra el kurus de oro turco durante los siglos XVI y XVII  (incluyendo la falsificación orquestada por los venecianos) fueron más dañinos para el Imperio Otomano que la mismísima batalla de Lepanto 

(En realidad, aclaremos que Lepanto apenas sirvió para casi nada, pese a la inmensa campaña de propaganda que se orquestó. El hecho es que apenas unos meses después de la refriega que nuestro manco inmortal nos vendió como la más alta ocasión que vieron los siglos, la Sublime Puerta ya estaba plenamente recuperada y conquistaba tan campante Chipre, nada menos…).

El Imperio Otomano siempre fue muy vulnerable frente a los ataques monetarios. Y esto es fácilmente explicable.

Para empezar, el enorme Imperio Otomano necesitaba desesperadamente una moneda común solvente para facilitar el comercio interior en un territorio inmenso. Pero al mismo tiempo, la burocracia fortísimamente centralizada del Imperio requería cada vez de más y más fondos, lo que generaba una situación de permanente necesidad de metales preciosos para acuñar moneda.

Ahora bien, por razones ideológicas, religiosas y sociales, el centralizado Sultanato trataba sistemáticamente de controlar férreamente los mercados. Se establecían rigurosos techos para los precios (los “narh”) y no menos rigurosos controles para la actividad de los agentes financieros y prestamistas (“hisbas”). Muy a menudo se prohibían las exportaciones, a fin de impedir desabastecimientos y carestías que provocasen tumultos populares. Este intervencionsismo gubernamental implicaba desajustes permamentes en el mercado monetario y financiero imperial. 

La consecuencia de todo ello era una tendencia crónica a rebajar la moneda del Imperio, reduciendo una y otra vez su contenido en oro o plata o aumentando su magnitud de cuenta.

Durante los siglos XVI y XVII la moneda turca sufrió dramáticas y sucesivas degradaciones de valor (la más grave de todas ellas tuvo lugar precisamente unos pocos años después de Lepanto). La inestabilidad monetaria era permanente.

En el año 1460, por ejemplo, el valor del akse turco de plata (nadie me quitará por cierto la idea de que nuestro as de los naipes toma el nombre, allá por el siglo XIV, de esa moneda otomana, que a su vez lo tomó del as romano, en convergencia con palabra turca para el adjetivo “blanco”) llevaba casi un gramo de plata; cien años después solo 0,68 gramos; en 1600 solo 0,29 gramos; y en 1700 solo 0,13 gramos.

Naturalmente, cada vez que la Sublime Puerta degradaba la moneda, muchos se apresuraban a realizar copias exactas, pues el valor nominal que llevaba la moneda turca degradada en contenido metálico resultaba superior, al menos durante un tiempo, al coste de la plata que incorporaban los falsificadores. ¡Magnífico negocio!

Naturalmente, los efectos de la degradación de moneda acababan por incrementar el coste de la plata en el mercado interior, con lo que las falsificaciones se detenían al cabo de un tiempo, pero el daño ya estaba hecho y la inflación era galopante. Era un ciclo sin fin, agravado por la pujanza del ducado veneciano, que acabó por imponerse en toda la línea al kurús turco, con consecuencias trágicas para la economía de la Sublime Puerta y a la larga para su supervivencia como Imperio.

La moneda turca, por lo tanto, ha sido un verdadero “enfermo crónico”, parafraseando la conocida frase que John Russell pronunció para describir la decadencia del Imperio Otomano.

Por eso, es hasta cierto punto asombroso que ahora se repita por enésima vez el episodio histórico de la degradación de esa moneda, bajo la presión-nuevamente- de una potencia occidental con una moneda tan poderosa y fuerte como aquellos ducados venecianos.

No se si es que yo estoy patológicamente obsesionado con la repetición de las pautas históricas o si en verdad hay algo así como el karma de los países y de los pueblos. 

Me lo tengo que hacer mirar.


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