
El año en que murió el cine.
Este año que termina bien podría servir como mojón cronológico para señalar el fin del cine. O al menos el fin del cine tal como lo conocemos.
Y no lo digo porque este año no hayamos tenido la habitual y absolutamente necesaria película de Woody Allen, que también.
Lo digo porque la película del año, Roma, no se estrenará en las salas de cine y será en cambio vista en cientos de millones pantallas de tv, ordenadores o, ay, smartphones.
Y lo más lacerante es que esta Roma de Cuarón es una película totalmente inadecuada para esas minúsculas pantallas domésticas.
Roma es una película brillante y temeraria, que solo se puede entender si se contempla en una gran pantalla y conforme a la sintaxis cinematográfica más exquisita. Su blanco y negro de infinitos matices. Sus travellings interminables y contemplativos. Sus largos y complejos planos secuencia en los que se nos pretende mostrar diferentes acciones en diferentes instancias. La mirada lejana, neutral y pasiva de la cámara. Los díalogos minimalistas, las siluetas, los símbolos (ah, esa jarra quebrada, con la leche vertida en el suelo, ah ese avión que inesperadamente surca el cielo), las perspectivas geométricas, la banda sonora sin el más mínimo atisbo de música, el sonido de altísima tecnología que pese a ello, apenas nos deja intuir el cuchicheo de los actores a lo lejos…
Todo en Roma se opone a lo que usualmente consumimos en la pequeña pantalla. Esos primeros planos enormes que vemos en las series. Esos montajes vertiginosos. Ese sonido infame que nos ofrecen los televisores. Ese estallido contínuo de acción, ruido, furia y color que al parecer el público demanda.
Así que el cine se muere, irónicamente, con una película que homenajea, a lo grande, el cine. Y que podría haber sido firmada por el mismísimo Buñuel (me cuesta creer que el genio de Calanda no se haya levantado de Pére Lachaise para asistir a Cuarón en su guión y en su rodaje, tras recoger en Roma a Fellini, igualmente resucitado para la ocasión…).
Adios al cine, pues. Ya nada volverá a ser igual después de Roma.
Seguirán apareciendo, es probable y hay que temerlo, esas habituales producciones de Hollywood orientadas a los niños y adolescentes, o a quienes tienen mente de niño o adolescente.
Pero para el verdadero cine, el cine como tal este año marcará la bajada final del telón.
El consuelo que me queda es que este punto final lo pone una película cuya banda sonora necesariamente se escuchará en español (no se doblará, tengo entendido; solo habrá subtítulos).
A mi esto me place.
Porque mi lengua materna, sépalo el amable lector, es mi verdadera patria.
Y yo, en ese sentido, acaso solo en ese sentido, discúlpenme, soy muy patriota.