Joludi Blog

Dic 23
La maldición de los Bouzugai.
En la Roma imperial, se usaban dos palabras diferentes para definir al extranjero. Normalmente se le llamaba “peregrinus” (el que va por el agro, por el campo, y por tanto está fuera de la urbe). Pero también se le podía...

La maldición de los Bouzugai.

En la Roma imperial, se usaban dos palabras diferentes para definir al extranjero. Normalmente se le llamaba “peregrinus” (el que va por el agro, por el campo, y por tanto está fuera de la urbe). Pero también se le podía llamar con el término más arcaico “hostis”, que siglos atrás se usaba para definir al enemigo pero que con el tiempo se utilizaba más bien para definir a un individuo que, siendo ajeno a la comunidad, podría, en ciertos casos, convertirse en adversario.

Pues bien, la tradición romana obligaba a no negar-ni siquiera al hostis-el “agua y el fuego” es decir, la hospitalidad (non prohibere aqua fluente y pati ab igne ignem capere). 

Este deber de hospitalidad universal es considerado por Ciceron como algo derivado de lo que todos los pueblos tienen en común, y por eso lo incluye entre que él llama Communia y que son el verdadero precedente de los modernos Derechos Humanos. Seneca, por su parte, moderniza la expresión clásica de los Communia ciceronianos, sustituyendo el deber de ofrecer agua por la obligación de alimentar a quien tiene hambre.

Pero la raíz de esta obligación de humanidad, inscrita en nuestra cultura occidental, se remonta incluso a períodos anteriores a los de la república o el imperio romano. 

En la antigua Grecia, especialmente en el Ática, cada año se celebraba una rito religioso durante el cual, los sacerdotes pertenecientes a la familia de los Bouzugai (es decir, los que ponen el yugo a los bueyes), lanzaban terribles maldiciones  contra aquellos que negaban el fuego y el agua a quien lo pedía, o a quienes se negaban a dar indicaciones de dirección a los caminantes, o a quienes pasaban ante un cadáver sin darle sepultura.

Esta mañana de domingo, en la que el frío nocturno ha condensado en forma de abundante rocío las densas nieblas de ayer, me han venido a la cabeza los Communia de Cicerón y las maldiciones de los Bouzugai. Ha sido justo cuando he leído la noticia sobre esos 300 peregrinos que se están muriendo de hambre en medio del mar, y a los que el gobierno Salvini ha negado, una vez más, no ya la comida, el agua y el calor, sino un simple puerto en al que llevar el barco.

 Yo confío que, al menos, ese pérfido lombardo, demagogo, vulgar y mendaz, esté escuchando en estos momentos, en su tenebroso interior, los peores gritos maledicentes de aquellos antiguos juntadores de bueyes de Atenas. Me uno a ellos.


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