
Liminalidad y Communitas.
“Feliz entrada y salida del año”, decía mi abuelo por estas fechas, “que entres con buen pie en el nuevo año” solía añadir…Y yo sigo escuchando estos benévolos y curiosos votos que nos hablan de transición, de paso agónico de un estado a otro.
Es evidente entonces que la clave no es celebrar un año nuevo, sino conjurar la amenaza que el cambio en sí mismo implica.
Los festejos de Nochevieja son un ejemplo de esa institución antropológica universal que son los ritos de paso.
La ley suprema de la vida es la regeneración. Pero para que cada regeneración se produzca, tiene que haber muerte. Por eso el ser humano tiende a ritualizar (sacralizar) los pasos de una fase a otra de la existencia, aunque se trate de algo tan trivial como un cambio en el calendario.
La ritualización de las transiciones es necesaria para aliviar el pánico que todo cambio produce. Porque no hay nada más peligroso que el momento liminal, esto es, el período mismo de la transformación, ese instante decisivo al que los griegos llamaban, crisis, κρίσις, que es palabra derivada en última instancia de cri, κρί, cebada y tiene relación con la labor de separar-con criterio-el grano de la paja; con la labor de transformar lo que ya no vale en algo valioso.
El riesgo no está en el vuelo, sino en el aterrizaje. Y en el despegue.
El peligro acaso no está en los ríos, sino en los puentes.
Por eso los antiguos romanos llamaban al sumo sacerdote pontífice máximo, hacedor o protector de los puentes.
Pero los ritos de paso suelen ser actos colectivos, como lo serán esos festejos callejeros que tendrán lugar dentro de unas horas en las calles y plazas de medio mundo.
La liminalidad requiere colectividad, ceremonia compartida…
Los iniciados han de iniciarse juntos.
En el rito masivo liminal (de limen, umbral) desaparecen las barreras de status y todos, sin distinción de clases, se agrupan para cruzar unidos el limen, el umbral. Todos a la calle, aunque la noche sea fría y hostil.
La primera crisis y el primer gran riesgo de la vida, al que seguirá una larga sucesión de momentos críticos, es el parto, que hasta no hace mucho era el momento más peligroso en la biografía del individuo.
La última crisis y el supremo riesgo será el combate agónico para abandonar este mundo y pasar al otro.
Y entre ambos momentos liminales, muchas transformaciones y muchos ritos colectivos de paso como el que hacemos cada fin de año.
Toda fiesta de Nochevieja es un recuerdo de que, en el fondo, seguimos siendo seres primitivos, supersticiosos, asustados ante el milagro inexplicable de la muerte y regeneración de las cosas. Somos seres necesitados de mutualizar nuestro temor, y así neutralizarlo. Y de hacerlo mediante celebraciones rituales colectivas.
Esto último, este sentido de communitas de los ritos de paso, como el que tendrá lugar dentro de unas horas, no deja de ser encomiable, en un mundo donde cada vez nos sentimos más aislados.
Quizá eso sea lo que merece la pena celebrar.
Feliz entrada y salida del año, por tanto.