Joludi Blog

Ene 16
Unamuno.
Un buen amigo pone en duda mi afirmación, en un post reciente, sobre la adhesión de Unamuno al golpe de Estado franquista del 36.
Tiene razón mi amigo al quejarse. Unamuno es una figura colosal de la cultura española, tal vez uno de los...

Unamuno.

Un buen amigo pone en duda mi afirmación, en un post reciente, sobre la adhesión de Unamuno al golpe de Estado franquista del 36. 

Tiene razón mi amigo al quejarse. Unamuno es una figura colosal de la cultura española, tal vez uno de los cuatro o cinco españoles más universales (junto con Velázquez, Lorca, Teresa, Cervantes, Ignacio y pocos más). Y por ello habría que tener cuidado con lo que se dice sobre su posición respecto al espinoso asunto de la Guerra Civil, que él solo pudo conocer en los últimos seis meses de su vida. 

Es cierto que al final de esos últimos seis meses, su desengaño en relación con el golpe militar era evidente. Sin duda murió decepcionado con Franco y sus militares, eso es indudable. Y no podía ser de otro modo. Pero también es indudable que tras su fallecimiento, en el epicentro salmantino del golpismo, Unamuno recibió un funeral falangista…

Hay muchos testimonios que prueban la adhesión inicial de Unamuno, desde el 19 de Julio mismo, al golpe militar de la víspera. Fue algo tan notorio que, solo unas semanas después del “alzamiento”, Manuel Azaña no vaciló en cesar fulminantemente a Unamuno como rector vitalicio de la Universidad de Salamanca, alegando el evidente apoyo del sabio vasco a los golpistas. Entre esos testimonios y documentos se cuenta la entrevista que le realizó Nikos Kazantzkakis el 21 de Octubre de 1936, paseando ambos por el jardín de la Iglesia de Santa María de los Caballeros, muy cerca de Bordadores 4, donde vivía aquel a quien el periodista y escritor griego llamaba “el gran anciano de Europa”. En la transcripción de la entrevista, publicada por la editorial griega Pyrsos en 1937, leemos las nítidas palabras de Unamuno al respecto de la guerra civil desencadenada cuatro meses antes: “En este momento crítico que está atravesando España, yo se que debería estar junto a los soldados. Son ellos los que nos salvarán, los que impondrán el orden. Los otros nos han traído la anarquía y la barbarie. Franco y Mola son prudentes y tienen rectitud moral. Quieren el bien del país, son sencillos y equilibrados. Saben lo que significa la disciplina y saben imponerla. No haga caso, no me he vuelto de derechas, no traicioné la libertad. Pero ahora es absolutamente necesario imponer el orden. Después me levantaré y empezaré a luchar de nuevo por la libertad, absolutamente solo. No soy ni fascista ni bolchevique. Estoy solo.

Esto es lo que al parecer pensaba y declaraba Unamuno (si creemos el documento del filofranquista Kazantzakis, lo cual es otra cuestión), ya bien entrada la Guerra y tan solo unos días antes de que los aviones franquistas soltasen sus bombas sobre las calles Preciados, Fuencarral y La Luna, de Madrid, con gran número de víctimas civiles. 

Y es verdad también que, tal vez a partir de ese momento, Unamuno comienza a desdecirse. Hay muchos documentos que permiten apreciar esa evolución, pero es indudable que el maestro pensó en un primer momento que el alzamiento militar iba a ser tan solo la necesaria rectificación del caos y la anarquía republicana y que solo las ejecuciones de algunos de sus buenos amigos, las persecuciones y miserias morales de todo orden que empezaron a generalizarse, el dogmatismo cerril de los rebeldes, la conexión nazi-fascista contra la libertad y la dignidad del hombre, le hicieron comprender pronto su error inicial 

Pero esa evolución del pensamiento y el posicionamiento político de Unamuno entre el 18 de Julio del 36, fecha del alzamiento y el 31 de Diciembre de ese mismo año, fecha de su fallecimiento, es la última lección que debemos agradecer al viejo rector de Salamanca. 

A saber, que la interpretación de los acontecimientos históricos es siempre difícil y conduce a errores incluso en las mentes más lúcidas.

Especialmente si el tenue sonido de la verdad es ensordecido por el fragor del fanatismo y el odio atmosférico de la circunstancia en la que se vive.


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