A Marta le llama la atención que el político de moda, ese del gesto siempre adusto y pistola al cinto, Bruselas (o sea, la Unión Europea) está empeñada en destruir “las raíces cristianas” de España.
-Siempre están esos con el rollo de las raíces cristianas de nuestra cultura, me dice Marta. Dale que te pego a la matraca…
Matraca, por cierto-le comento al vuelo- quizá no sepas que es palabra de origen árabe, y significa cachiporra. Cachiporra, tiene gracia.
Pues entonces dale que dale a la cachiporra-continua-Pero,¿de qué van? ¿es que pretenden que volvamos al estado confesional? ¿Es que nos van a endosar a alguien que gobierne otra vez por la gracia de Dios?
Le digo a Marta que esa matraca no es nueva, ni exclusiva de nosotros.
La obsesión por preservar, al menos nominalmente, las supuestas raíces cristianas es en cierta medida omnipresente en nuestro entorno, incluso en pleno siglo XXI.
Consideremos por ejemplo la Constitución húngara, que en su preámbulo ya nos saca de dudas. El texto se abre reproduciendo las palabras del himno nacional, a saber “Isten, áldd meg a magyart”, es decir, “¡Dios bendiga a los húngaros!”, y prosigue de esta guisa: “Estamos orgullosos de que nuestro rey San Esteban haya dotado hace mil años al Estado húngaro de sus cimientos y hay inscrito a nuestra patria en la Europa cristiana (…) Estamos orgullosos que a lo largo de los siglos, nuestro pueblo haya defendido a Europa combatiendo, y que con su talento y dilgencia, haya contribuido al crecimiento del patrimonio común”
–Qué curioso. Raíces cristianas, sí, pero orgullo por haber hecho la guerra durante siglos…
–Así es. No parece que encaje mucho la cosa. Ni que sea muy compatible con el espíritu cristiano esa referencia a Szent Istvan Király, el mítico rey fundador y guerrero de la nación magyar, que pasó larga vida batallando y diezmando paisanos sin piedad, en busca de más poder y territorios. Tampoco parece muy coherente la postura de los gobernantes actuales de Hungría, ardientes defensores de esa muy cristiana carta magna, y que no dudan en rechazar de plano a los inmigrantes, argumentando justamente que es preciso salvaguardar las dichosas raíces cristianas…
–Bueno, pero Hungría es un caso excepcional ¿no?
–Más bien, no. Los polacos han inscrito también en su última Constitución algo parecido. Si consultas ese texto leerás: “Nosotros, el pueblo polaco, reconociendo nuestra responsabilidad delante de Dios (…)con reconocimiento hacia nuestros predecesores por su cultura radicada en la herencia cristiana de la Nación…”
Así que Hungría no es un caso aislado. Muchas constituciones establecen la fuente última de la soberanía no en el pueblo, como podríamos imaginar, sino en algo parecido a la tradición, las raíces o alguna autoridad espiritual trascendente. Te recomiendo que eches un vistazo a la Constitución vigente en Grecia. O en Irlanda. O en Eslovaquia. Te quedarás de piedra.
-¿Por qué?
-Pues porque por ejemplo, la Constitución griega de 1975 comienza proclamando la unidad de la nación en nombre, lo creas o no, de la “Santísima Trinidad”. En la carta magna irlandesa, texto de 1937, también encontramos la alusión a la “Santísima Trinidad” en cuyo nombre se realiza la declaración constitucional. Y en cuanto a Eslovaquia, en su constitución de 1992, se lee: “Nosotros, la nación eslovaca, consciente de la herencia espiritual de Cirilo y Metodio, adoptamos a través de nuestros representantes la presente Constitución”
–Increible.
–Sí.Hasta la mismísima “Ley Básica” alemana de 1949 hace referencia a una cierta fuente divina del derecho.Las primeras palabras de su Präambel lo dejan bastante claro: “Im Bewußtsein seiner Verantwortung vor Gott…”, es decir, los constituyentes se declaran conscientes de su responsabilidad ante Dios…”
Cómo no va a sonar sin descanso la matraca de las raíces cristianas cuando por las leyes fundamentales de toda Europa anda enredada la Santísima Trinidad, San Esteban de Hungría o incluso San Cirilo y San Metodio…
Por tanto, quién sabe si no habrá que ponerse en lo peor. Y prepararse para la emergencia nuevos caudillos o caudilletes que aspiren a pastorearnos…por la gracia de Dios.