Joludi Blog

Ene 20
Character is Destiny
Cuentan los medios que, uno tras otro, los argonautas van abandonando a ese Jasón leptosomático y un tanto corcovado al que un día juzgamos capaz de navegar desde el Págasas de la Puerta del Sol hasta la Cólquide de la...

Character is Destiny

Cuentan los medios que, uno tras otro, los argonautas van abandonando a ese Jasón leptosomático y un tanto corcovado  al que un día juzgamos capaz de navegar desde el Págasas de la Puerta del Sol hasta la Cólquide de la Moncloa.

-Es el destino–dice uno de mis compañeros de cena, comentando la noticia de esta enésima defección que deja al núcleo irradiador aún menos radiante, como si un designio fatal estuviese convirtiendo en desertores a sus camaradas de primera hora.

–Es el carácter–añade otro comensal.

–Ambas cosas son lo mismo–tercio dogmático yo mismo, mientras apuro la segunda copa del excelente malbec mendocino, que acabamos de descorchar.

Me piden que me explique. Y me explico. Aún queda vino.

Les digo que Heráclito nos lo dejó dicho: ἦθος ἀνθρώπῳ δαίμων, ethos anthropoi daimon, esto es, los hábitos de un hombre son su espíritu-guía personal.

La palabra ethos que Heráclito utiliza define nuestras costumbres, nuestro modo habitual de ser. 

El daimon, a su vez,  es el demonio o angel personal, es el espíritu protector que el destino o los dioses nos asignan cuando venimos al mundo.

Según nos cuenta Hesíodo, los hombres de la Edad de Oro se convirtieron por voluntad de Zeus en daimones o protectores de los mortales. 

A cada individuo al nacer, le era asignado un daimon, acaso por azar. Y ese daimon, acompañándole siempre, interactuando con la persona en la instancia misteriosa de la conciencia, era en buena medida quien definía su experiencia vital. 

Por ello, entre los antiguos griegos, daimon significaba también el Destino, la Suerte o la Fortuna que condiciona fatalmente la vida de un hombre.

Se entiende entonces el tricolon del oscuro sabio de Efeso: lo que nos pasa, nos pasa por lo que somos, no por lo que nos rodea. Yo soy yo y mi circunstancia, de acuerdo, pero es que mi circunstancia es cosa mía; la creo yo.

Cometemos una y otra vez los mismos errores; nos suceden una y otra vez los mismos percances; tropezamos una y otra vez en la misma piedra…y todo ello no por efecto de ningún fatalismo supremo, o del karma, sino porque hay algo en nuestra forma de ser y vivir que permanece en nosotros quizá desde que somos niños y que explica la reiteración de lo que nos sucede, sea bueno o sea malo.

Este ethos anthropoi daimon de Heráclito es lo que explica el omnipresente dictum “el carácter es el destino”. Un verdadero topos de la cultura occidental, especialmente en su forma inglesa: character is destiny.

Hay algo de “character is destiny”, hay algo de tragedia de Shakespeare en la trayectoria fulgurante del ese adusto personaje que combina rasgos de Macbeth y Julio César, y que emergió del 15M como una rutilante estrella matutina, para irse apagando después casi con la misma celeridad, a fuerza de abandonos, querellas y desencuentros.

Character is Destiny. 

Sí. Porque entre los cinco o seis millones de errores que nos es dado cometer, resulta que siempre acabamos cometiendo los cuatro o cinco de siempre. 

“Why repeat the old errors, if there are so many errors to commit?”, se preguntaba Bertrand Russell. La respuesta la tenemos desde el siglo VI a.c, y se la debemos a un críptico pensador de Asia Menor.

Y poniendo punto final a mi perorata con esta muestra de mi inagotable erudición, compruebo horrorizado que mis compañeros de cena ya han dado buena cuenta del Los Haroldos, Reserva de Familia. 

Me lo merezco.


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